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María Jesús Sánchez | Diálogo

Esta guerra debe acabar. Mi mente inquieta y mi cuerpo luchan desde hace años en una contienda en la que siempre pierde este último. Me cuesta sentarme, me cuesta parar. Mi cerebro es perfeccionista y le interesa todo: siempre está inventando nuevas cosas, nuevas historias y no escucha el cansancio de mis pies y de mis músculos.



Creo que las tecnologías no ayudan. Me paso el día mirando el móvil o la tablet como una rastreadora, intentando que nada se me escape, verlo todo, estar al día de todo. Esa supuesta conexión que me brindan el teléfono y las redes sociales consigue desconectarme de la realidad. Ando por calles que no recuerdo, me cruzo con personas que no he visto, las estaciones cambian y yo sigo con la cabeza agachada.

A veces pienso que es como si quisiera huir de la realidad. Hay algo de verdad en esto: encuentro en los vídeos y películas emociones que no existen en mi vida diaria. Pero creo que es más una especie de adicción, igual que la persona que le da por comer o fumar. Calmo los nervios y el estrés refugiándome dentro de un aparato que me permite ser lo que yo quiera y conocer todo lo que se me ocurra.

¿Me estoy perdiendo mi vida? ¿O es que mi vida es esta? Mientras me hago estas preguntas, mi cuerpo bosteza y quiere descansar. Y yo estoy aquí escribiendo este diario, sin escucharlo. Sé que no puedo hacerme la sorda durante mucho tiempo si no quiero que se enfade y me plante cara. Cuando el pobre no puede más y está harto de gritar me manda un mensaje en forma de enfermedad. "¿Tú te crees que no vamos a descansar? Ya verás cómo sí". Siempre es el mismo mensaje.

Ayer, después de llevar dos días corriendo, comiendo cualquier cosa a deshoras, sentí un latigazo debajo del ombligo y en la parte izquierda, seguido de un escalofrío tremendamente frío que me empujó al baño y a la cama después, tiritando. Otra vez el colon. Otra vez la llamada de atención a la calma. Mi ánimo se rompe y la tristeza corporal se siente en el alma. Me hago un ovillo y me tapo imaginando una mano maternal que me acaricia y me dice que todo va a ir bien.

He parado en seco: otro aviso de exceso de velocidad. Me propongo prestar más atención a esta envoltura humana que me es muy necesaria. Por eso te dejo hasta otro día y me voy a dormir, con una última pregunta: ¿Qué puede pasar si, por fin, levanto la cabeza?

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ