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Cesáreo de los Santos | Museo etnográfico de El Viso del Alcor

Hubo un tiempo en qué...

En primavera el aire de nuestras calles olía a bizcochos, pestiños y torrijas. Olía a Semana Santa. Las abuelas con sus canastos de mimbre o de cañas tapados con un paño blanco acudían a las panaderías para hacer tan exquisitos dulces, otras los hacían en su casa. Había muchas panaderías en El Viso. En casi todas las calles. En la calle Real había 4 y además una panificadora para fabricar la harina. El horno, las palas, la artesa, la amasadora, el peso y las pesas, las mesas largas de madera, las tablas donde se ponían los kilos y medios kilos redondos o de cantos, las roscas, roscos en formas de ocho, los bollos, las bobas, los "puñaos", las teleras.



Se afanaban los sastres y las costureras, modistas y bordadoras sentadas en sillas de eneas en terminar los encargos; casi todos los visueños estrenaban ropa los días de La Cruz. Bastidores, encajes y encajes de bolillos, agujas "ensartás", alfileres, almohadillas, tijeras, el jaboncillo de pintar, la tabla que se ajustaba al cuerpo para cortar, las modernas máquinas Sigma, Singer para coser o Alfa para bordar. Eran muchas las costureras en El Viso.

En qué Verashjoy, el abuelo de Rafael El Lavija pregonaba en la puerta del bar Palomo con su carro y su ruleta de puntillas sus caramelos rojos convertidos en torres, castillos, gallos, huevos, viejas y paletas. En la puerta del Bar España otro carro, el de Tío Ponce con muchos compartimentos con azofaifas, catufas (chufas), caramelos, "orosules", cigarros de chocolate y de los de verdad, pipas de melón, de girasol y de calabaza, “arvellanas” (cacahuetes), chochitos, piñones, palodú y chicle bazooka. Los kioscos de la Gino, de Emilio, de ...

Hubo un tiempo en que cantaba el gallo en la era. Los primeros rayos de sol inundaban la puerta de la choza. En la entrada los cántaros en la cantarera, los búcaros en el suelo y los jarros de lata en las puntillas de los palos junto a un par de cuernos huecos con tapones de corcho que contenían el aceite y el vinagre. Al lado el lebrillo del “sopeao” y la cocina. Al fondo los catres con los colchones de paja y de follusca. En el rincón de la cuadra las palas, los "biergos" y las "biergas", la cimbara y la marcola. Afuera en el lateral un "carrillo mea" y varias espuertas de palma. Colgados de los palos del techo los "estrolis" para salvar los pantalones. La media y la cuartilla (cajones de madera) para medir la fanega que cabía en la "jarda". En medio de la era la parva esperando el mediodía para que el trillo tirado por la mula reventara las espigas. En los bordes de la era, la segadora, la “trillaora", los distintos arados: el de palo, el candilón, el de pico, de pato, las cangas, las regabinas, las traillas, la arnilla. Tres carros: uno de marca (genuino visueño), otro granaíno y un volquete. Una sembradora moderna de 1940, la máquina de desgranar maíz que inventó un visueño: El Antorri; toda una revolución en su época.

En la huerta de un Pipiro, una vieja vaca con las orejeras puestas, daba vueltas moviendo la noria. Un viejo recostado en un jergón se encargaba de arrearla cuando paraba el chorro de agua sobre la canaleta que la llevaba a la alberca y paraba el sonido chivato del trac, trac del freno dentado que impedía el retroceso de los cangilones cargados de fresca y rica agua. Esperando al hortelano la “zá”, la soleta y el almocafre.

Estaban las paredes las zapaterías empapeladas de carteles de "furbolistas", de "cantaores" y toreros, testigos mudos del trabajo del zapatero remendón en medio de la escena con su sucio mandil sentado en una banqueta, con un roto zapato en una mano y en la otra la chaveta de acero enmendándolo. Colgadas también de la pared, los cueros, las hormas de distintas medidas y los moldes. En la pequeña mesa de trabajo, hincadas en el cebo la lezna española, la derecha y la curva, el "sacabocao", el patadecabra, el tirapié, el yunque-horma al que llamaban la necesaria, el “jigarro” para alisar el cuero, las tenazas, el martillo, las pinzas de montar y el cerote de embadurnar el cáñamo para arreglar la rotura del viejo zapato. En la mejor época hubo cerca de un centenar de zapateros en El Viso

Caía la tarde. Se oían a lo lejos los cencerros. Distintas sonoridades se van acercando. Rebaños de ovejas, cabras y vacas. Parvadas de pavos con los buches atiborrados de cigarrones, el niño que los cuida con un látigo viene descalzo y no llega a ocho años. Mulos, caballos y borricos después del duro trabajo desde el amanecer abrevan en los pilares del Moscoso, del Palacio o de La Muela antes de ir en busca de sus pesebres. En las cuadras yugos, serones, látigos, aparejos, arreos, herraduras, sudaderas, el lomillo, atejarre, cincha, jarma, horcate, jábegas, martagilla,

Hubo un tiempo en que la arría (reata) de borricos uno tras otros al mando del joven arriero pelaurri (pelado a rape con flequillo), iba y venía de los barreros (canteras de arcilla) a las barrerías. En la ida montado en el borrico delantero y en la vuelta andando detrás, amenazando con el palo a los “ringaos” borriquillos con la pesada carga. Ir y venir de sol a sol con la sola parada del medio día para reponerse del duro trabajo el hombre y la bestia. Debajo de la "morea" y a la vera de la pila esperaba el arbañá para darle agua a los ladrillos, el fleje para alisarlos, la “esvarillaera” y el porrino para mochear el barro. En las paredes del "escorgaizo" la colección de gaberas (moldes para ladrillos de tacos, de techos, y hasta especiales por encargo). En la puerta del horno la horquilla y el garabato para manipular la leña.

Ligeras de equipaje las valientes recoveras y los regatones cargados con sus canastos de pan de carne, de fruta, de verdura, de garbanzos encaminábanse hacia la estación del tren para ir a Sevilla. Talegas, cestos de mimbre, quincanas, macacos, cestos, …

Toda familia que se preciara aspiraba a que su hijo tuviera un oficio, por ejemplo el de carpintero. A muy temprana edad entraban de aprendiz en las carpinterías. El primer día uno de los jóvenes veteranos le enseñaba el nombre de las herramientas: formones, sierras, serruchos, garlopas, galafates, los distintos cepillos, las barrenas, el berbiquí,...ah! faltaba una, el cartabón reondo", lo habían prestado a otro taller. Era la primera tarea que le encomendaban al recién llegado ir al otro taller a que lo devolvieran . Vaya carita que traía, a duras penas con tan pesado cartabón, un saco cerrado lleno de piedras, hierros o adoquines. De la novatada no se escapaba ni el gato.

Los instrumentos de medida de peso (bàsculas, romanas y “pesos” con su colección de pesas), de medida (metros plegables, cinta métrica) y de capacidad (cuartos, medios, tres cuartos, jarros, “litros”) no medían con tanta perfección pero medían. Barricas de arenques, latones, latas de netol, del pimentón, cerámica del Jinete, del nitrato de Chile. Los prospectos y las carteleras del cine Jardín.

Hubo un tiempo en que se consideraban “moernos” la radio, relojes, la cizalla de cortar el bacalao, el infiernillo de “pretolio, los molinillos de café, la bomba manual que sacaba el aceite, la gasolina u otro líquido de los bidones de chapa, gramófonos, máquinas de escribir, plumas estilográficas y tinteros, pizarrines, bombillas, bicicletas, teléfonos, máquinas de cine, los quinqués, el corsé, trabucos, escopetas y pistolas, el lactodensímetro de los municipales para evitar que aguaran la leche los cabreros y vaqueros que vendían la leche a domicilio, la fragua y el soplete de carburo.

En qué La Cruz de Mayo, el día de San Sebastián y las bambas, el día de San Isidro, Las Hogueritas, el día de los Difuntos, se celebraban de otras formas.

Las fachadas de las casas se blanqueaban con cal, el sardiné brillaba con una mano de jabón verde, detrás de la puerta la calle una tranca y un “jigarro” gordo. La “carrera” empezaba en el zajuán, a continuación el portal con la mesa tapada con el jato camilla y debajo la copa y la badila, las salas a los lados; el patio con la parra, el pozo con su cuba y el carrillo; la cocina con sus hornillos de carbón, la cantarera, la cinta embadurnada de miel colgada en el techo
para atrapar a las moscas, la alacena. Al final el corral, con el retrete, el huerto y la zahúrda, el gallinero, las conejeras y la cuadra. Arriba en el primer y el segundo cuerpo de la casa, el “soberao”.

Bares, barberías, tiendas de comestibles, herrerías, carnicerías, tres destilerías de aguardiente, estancos, talabarterías, una bodega, el matadero, “cuartelás” de carne y de verdura, fábrica de gaseosa, tonelería, y otros establecimientos de nuestro pueblo tenían unos útiles, unas herramientas, un ambiente, distinto a los actuales.

Esos espacios, las herramientas, los útiles, el ambiente que los envolvía, los sonidos, los olores se pueden convertir en un museo etnográfico. Esta es una idea de la Asociación Fuente del Sol de nuestro pueblo a la que me digno pertenecer.

Me consta que son muchos los visueños que están dispuestos a colaborar y hacer un museo que realce lo que tenemos. Manuel de Torre tiene una colección en miniatura de herramientas, aperos y máquinas agrícolas que es una verdadera joya. En las fotos podéis ver la llave del portón de la Casa de los Sardinas (que estaba donde está la cruz en la plazoleta del Palacio) en que el diente de la cerradura es una S y la máquina de desgranar del Antorri, toda una reliquia. Para estas cosas en El Viso somos especiales.

¿Ubicación? Haberlas haylas: el viejo ayuntamiento, alguna de las casas señoriales cerradas de la calle Real, casa típica del casco antiguo, una nueva construcción. Subvenciones de las administraciones haberlas haylas.

Y si lo hacemos que no sea una chapuza (a la que estamos tan acostumbrados). Es tarea de todos.

A ver si "quién corresponda" inicia los trámites para que este proyecto del mejor museo etnográfico se haga una realidad por el bien de El Viso del Alcor.

CESÁREO DE LOS SANTOS

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