Ir al contenido principal

José Ángel Campillo | ¿Dónde está el espíritu de la Navidad?

Uno de los villancicos que más me gusta escuchar en estos días de Navidad es el de los campanilleros, más si la trovadora es la Niña de la Puebla. La letra y la música me evoca la Navidad de mi más tierna infancia, una Navidad pausada y familiar, lejos, a años luz de los agobios y aglomeraciones de las de hoy.



En los pueblos de mi Andalucía
los campanilleros por la "madrugá"
me despiertan con sus campanillas
y con sus guitarras me hacen llorar.
Yo empiezo a cantar, ...
y al oírme todos los pajarillos
que están en las ramas se echan a volar.

Y llegado diciembre, el último mes del año, los niños nos afanábamos en acarrear leña para hacer de nuestra hoguerita la más grande, la mejor. Hoy son los padres los que compiten por hacer de la hoguerita de sus hijos la más trabajada. Y el día siete, a eso del toque de misa ardían las candelas en honor de la Inmaculada Concepción de María.

El día de la Inmaculada estaba marcado en el calendario porque el Nacimiento tenía que estar terminado. Por eso los días previos, compaginábamos el acarreo de leña con la recogida de carboncilla en la Calera para darle forma a las montañas, o habíamos ido al campo buscando musgo en las zonas más sombrías de las viejas tapias para que todo pareciese de lo más natural, tanto, que mi madre me reñía de lo sucia que le ponía la casa. Y recuerdo como el Nacimiento recobraba vida, las figuras se movían al son que se acercaba el día de Reyes, unas veces se movían los Reyes, otras los pastores, incluso los animales se acercaban al portal.

Afortunadamente la tradición de montar el belén, a mí me gusta más decir nacimiento, se mantiene y goza de buena salud en nuestro pueblo, a pesar de la feroz competencia, cada día mayor, del controvertido árbol cargado de “cachivaches” de todo tipo, árbol que por otra parte va cambiando, según las tendencias, pues un año está de moda el verde con bolas rojas, al siguiente el blanco con bolas azules, etc., etc.

Pajarillos que vais por el campo,
seguid a la estrella, volad a Belén,
que os espera un niño chiquito
que el Rey de los Cielos y la Tierra es.
Volad a Belén, ...
que os espera un niño chiquito,
que el Rey de los Cielos y la Tierra es.

Y acercándose la Nochebuena nuestras madres y abuelas se afanaban en hacer tortas de aceite y de manteca de cerdo en las panaderías del pueblo, eran días de mucho trajinar, y cada una hacía las tortas y los dulces que les permitía su monedero. Aún no se había impuesto la moda del árbol y del espumillón de colores estridentes, como las luces de neón, ni en los pueblos había luces de colores como ahora. Eran calles apagadas, mortecinas como la noche, luces que invitaban al recogimiento del hogar. Eran días de jugar al parchís, a la oca, a los juegos reunidos Geiper del año anterior, aunque como es normal, después de un año les faltaba alguna que otra pieza. También jugábamos a hacer grandes fortalezas que nos evadían a mundos de cuentos y leyendas en los que los caballeros salvaban a las damas de las garras de los fantasmas.

En la noche de la Nochebuena,
bajo las estrellas y por la "madrugá"
los pastores, con sus campanillas,
adoran al Niño que ha nacido ya.
Y con devoción, ...
van tocando zambombas, panderos,
cantando las coplas al Niño de Dios.

Y mientras los niños nos evadíamos en mil y una aventuras, en las casas nuestras madres y abuelas hablaban de la comida de Nochebuena, casi siempre, por no decir siempre era un pollo, pero un pollo de corral mimosamente criado y del que se aprovechaba casi todo. Y la cena, aunque simple, era digna: caldo del puchero con fideos para entonar el cuerpo, carne en salsa y de postre tortas y dulces de Riaño, todo ello aderezado con anís del bueno que, a los niños, al igual que las mujeres se nos “rebajaba” con agua. Me fascinaba el color blanquecino que adquiría el anís cuando se mezclaba con agua.

Y una vez que habíamos cenado, las madres y el chiquillerío en masa nos dirigíamos a la iglesia, a la misa del Gallo. A mí lo que más me gustaba era, una vez terminada la misa, besar la rodilla al Niño de Dios, esa imagen idealizada de Dios hecho infante tan parecida al Niño que había en las peinadoras de nuestras madres y que teníamos terminantemente prohibido tocar porque eran de escayola y se rompía.

A la puerta de un rico avariento
llegó Jesucristo y limosna pidió,
y en lugar de darle una limosna
los perros que había se los azuzó.
Pero quiso Dios, ...
que al momento los perros murieran
y el rico avariento pobre se quedó.

Y pasada la Nochebuena, el día de Navidad nos poníamos nuestras mejores galas y allá que íbamos, solos, al cine Jardín a ver una película, no había otra cosa. Así que con unas chuches y la película nos la apañábamos, pero con la mente puesta en la Nochevieja, en esa fiesta tan arraigada en nuestro pueblo, más que fin de año parece un carnaval. Era una noche mágica, en la que cada uno se vestía de lo que podía, no como ahora que se hacen trajes exprofeso para el momento. Y la gente acudía desde todas las calles del pueblo al paseo, situado en la calle Real, y disfraz para arriba, disfraz para abajo, hasta que esperábamos la llegada del nuevo año, unas veces en el reloj del viejo Ayuntamiento, otras en nuestras casas delante del televisor. Y el día de año nuevo otra vez al cine, o al campo, si el día estaba bueno. Teníamos por costumbre ir al cerro de las patitas o a la piedra del gallo, en esta ocasión acompañados por un adulto, que generalmente era una madre o una hermana mayor, porque tanto un sitio como otro estaba bastante lejos.

Pero desde que sonaban los primeros villancicos, desde que en el ambiente se percibía la Navidad, el gran día era el de los Reyes, sin duda alguna era el día mágico por excelencia. Pero a diferencia de hoy en día donde los reyes se afanan por traer todo lo que han pedido, mis Reyes iban por libre, todos los años eran una sorpresa, una gran sorpresa, porque traían lo que les daba la real gana. Mi madre siempre decía lo mismo, que con tanto niño los pobres se tenían que confundir a la fuerza, y claro, siempre se confundían en el mismo sitio. Pero eran juguetes comprados con amor, con esfuerzo, con sacrificio y de ahí su mérito.

Y esa noche mágica, la más mágica de todas, colocaba las figuritas en torno al portal, en señal de despedida, porque las fiestas se habían acabado, solo quedaba recogerlo todo y guardarlo para el año siguiente, donde la Navidad recobraría de nuevo vida.

Desgraciadamente todo esto se ha perdido, la sociedad en la que vivimos se ha despersonalizado, tanto que relega a un segundo o tercer plano a nuestros mayores, más si están enfermos u hospitalizados, porque la enfermedad y la vejez no son rentables en este mundo deshumanizado y materialista en el que lo que no genera dinero no sirve, de ahí que la pobreza y la Navidad estén cada vez más distanciadas.
Quisiera terminar con la última estrofa de este evocador villancico que además de ser muy poético, tiene su “enjundia”.

Si supieras la entrada que tuvo
el Rey de los cielos en Jerusalén
no quiso ni coches ni calesas,
sino un jumentito que "alquilao" fue.
Quiso demostrar, ...
que las puertas divinas del cielo
tan solo las abre la Santa humildad

JOSÉ ÁNGEL CAMPILLO