Ir al contenido principal

Elecciones y sistema electoral: A quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga

El Viso Digital se hace eco en su Buzón del Lector de una carta abierta remitida por Guillermo Jiménez reflexionando acerca del sistema electoral español. Si desea participar en esta sección, puede enviar un correo electrónico exponiendo su queja, comentario, sugerencia o relato. Si quiere, puede acompañar su mensaje de alguna fotografía



Estando cerca de tres procesos electorales, quisiera hacer alguna consideración sobre el sistema electoral, asunto que nunca han querido abordar ninguno de los grandes partidos, PSOE y PP, al menos hasta ahora.

Estamos ante una situación que, por muchas razones, España se ha alejado del tradicional bipartidismo. Quizás el factor principal para el surgimiento de nuevos partidos es el descrédito y la corrupción de esos grandes partidos; hace tiempo que se empezó a votar “en contra de”, recordemos a José María Ruiz-Mateo y a Jesús Gil que se presentaron a las elecciones y obtuvieron representación y resultados sorprendentes. Cuando en las encuestas se pregunta cuáles son los principales problemas del país, el problema (sic) “Los políticos en general, los partidos políticos y la política”, es considerado nada menos que por un 29.4 % en el CIS de febrero de este año. Se supone que los partidos, la política, deberían ser la solución, no el problema.



En el imaginario colectivo existe la certeza que mucho poder, muchos intereses personales y corporativos equivale a corrupción, nepotismo y clientelismo. Aunque hay que salvar la gran mayoría de gente honrada que se dedican a lo público (políticos) y que están al margen de los tejemanejes de sus lideres, dirigentes y élites cercanas. Está en la naturaleza humana y es algo casi consustancial al ser, reflejo sin duda de la sociedad en la que vivimos y opino que quien critica, rechaza e impugna el todo por la parte, probablemente no es mejor moral ni éticamente.

Así las cosas y partiendo de que en general los partidos políticos dicen una cosa y hacen luego otra (ya se sabe, ellos mismos dicen que a veces deben tragar sapos y culebras para obtener la solución menos mala, posibilismo lo llaman), propongo cambiar el sistema. En este momento hay cuatro partidos nacionales (PSOE, PP, C´s, Podemos y sus distintas confluencias) y otros cuatros de ámbito autonómico (Compromís (Valencia), PNV (Euskadi), PDCT y Esquerra Republicana, Catalunya) que se van a repartir la mayoría de escaños y para el ciudadano de a pié, el problema es que vote a quien vote no sabe qué se va a hacer con su voto.

Obviamente será difícil que cualquiera de ellos alcance una mayoría absoluta, lo que inevitablemente llevará a la necesidad de pactar, pese a que ahora lo nieguen. Y aquí es donde surge un problema irresoluble para el ciudadano. Porque puede querer votar a un partido, pero nunca votaría a ese partido si supiese que va a pactar con fulano o con y mengano. Y eso ocurre en un espectro muy amplio. Los partidos de izquierdas y derechas mayoritarios es obvio que procuraran pactos por los extremos en las dos acepciones: la ideológica –extrema izquierda o extrema derecha- y la territorial – partidos nacionalistas. Lo harán argumentando que es un mandato de los electores, haciendo una lectura egocéntrica e interesada de la voluntad popular, del voto ciudadano con el fin de mantener las influencias de gobierno, poder e intereses personales.

Flaco favor nos haríamos si no se recuerdan los perversos pactos que hasta ahora nos envuelven en situaciones rocambolescas. Pactos entre partidos que siempre aseguraron que nunca pactarían entre sí. Pactos de izquierda moderada con izquierda radical. Pactos de centro y derecha con extrema derecha. Pacto “ en contra de “ entre izquierdas, derechas, nacionalistas periféricos de izquierda y nacionalistas periféricos de derecha, justificando y argumentando estos comportamientos y cambalaches con razones de interés social, cuando solo responden al interés partidista, cuando no personal de mantener el status quo.



El sistema necesita establecer algún mecanismo de responsabilidad para caso de flagrante incumplimiento de programas electorales (promesas). En derecho civil o en cualquier ámbito normativo, cuando alguien no cumple lo que ha pactado se le puede obligar a cumplir a través de los tribunales, pacta sunt servanda (el contrato obliga a los contratantes y debe ser puntualmente cumplido, sin excusa ni pretexto).

Pero los partidos políticos cuentan con carta blanca y pasan del tema. Está claro que el incumplimiento contractual – electoral no es un caso previsto en la legislación, precisa y simplemente porque el encargado de elaborar esa legislación es juez y parte, no va a tirar piedras contra su tejado. Hace unos años la Audiencia Provincial de Madrid estableció en un auto que no se puede demandar a los partidos políticos por el incumplimiento de programa electoral. A juicio de este tribunal, las promesas que se hacen en campaña no constituyen un contrato que obligue a las partes. Nadie puede reclamar contra ese incumplimiento. Lo más que puede hacer es cambiar, es decir, votar a otro en las siguientes elecciones o no votar. ¿Sería tan difícil establecer un sistema objetivo de medición de cumplimiento de promesas electorales, a valorar por un arbitraje independiente y con criterios objetivos previamente fijados?. Pues no, no sería tan difícil. . Que lejos queda Rousseau y su contrato social.

Este proceso judicial se inició cuando tres particulares y una plataforma cívica interpusieron una demanda contra el PSOE por no haber endurecido las penas contra el maltrato animal, como había prometido en su programa de 2008.

Hay que reflexionar sobre el cambio del sistema electoral, hacer un sistema de formación de gobiernos viable: sistema mayoritario o sistema de doble vuelta. Y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. El primero, el mayoritario, requieres circunscripciones más pequeñas, deja fuera a la segunda y restantes fuerzas políticas. La doble vuelta, sistema para mí más apropiado, es el ciudadano quien decide en última instancia ante la falta de mayorías. Quizás sea más costoso este sistema al necesitarse dos procesos electorales en quince días, pero obviamente es el que asegura la gobernabilidad, dando previamente la voz a los ciudadanos. La calidad democrática de estos sistemas no es cuestionable, salvo que afirmemos convencidos que Reino Unido o Francia son países poco democráticos. Quiero pactar yo, que pacten los ciudadanos con su voto, no más “acuerdos entre bambalinas”.

GUILLERMO JIMÉNEZ