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María Jesús Sánchez | Imagino

Imagino, sí. O quizás no seré capaz de imaginármelo. Porque debe de ser duro. Debe de ser duro que te miren por la calle por el color de tu piel, por tu altura, por tener unos rasgos indígenas, por vestir diferente, por tener otra cultura. Debe de ser difícil haber nacido en España y que te digan que tienes que irte a “tu país” solo porque tu piel es más morena.



Debe de ser difícil llegar a un país que no es el tuyo, con un clima diferente, con un ritmo de vida distinto, que vengas huyendo de la guerra y de la pobreza y te miren mal. Debe de ser horrible sentir continuamente miradas de asco, sentir que te perdonan la vida. Necesitar demostrar algo todo el tiempo, algo que no se sabe qué es. ¿Cómo se puede tener otro color, otra cara, otra forma de mirar? Como si uno pudiese elegir...

Solamente una vez me sentí fuera de lugar en otro país: fue en Alemania, en una tienda donde una rubia con ojos azules me miraba desde su superioridad aria. Todos alguna vez nos sentimos fuera de lugar en algún ambiente que se aleja de nuestra personalidad, o entre gente que no se siente como nosotros. Eso es normal.

Todos somos diferentes pero, también, somos seres gregarios que necesitamos formar parte de una comunidad y, a la vez, estas comunidades necesitan tener una identidad propia, que la mayoría de las veces se consigue creyéndose superior a los otros grupos.

No hay nada más que darse una vuelta por un barrio pijo para ver que todos visten igual, llevan idénticos peinados y hablan parecido. Quien forma parte de ese grupo no quiere bajarse del carro y hará lo imposible para permanecer en él, aunque ya no tenga dinero. El vestir de la misma manera le da la seguridad de que no va a sufrir un destierro eterno.

Quizás es el miedo el que hace que mires por encima, o la seguridad interior, como cuando quieres entrar en una hermandad universitaria y debes hacer perrerías a los débiles. Esos débiles que el día de mañana serán genios y tendrán un buen trabajo, mientras los matones seguirán odiando y realizando tareas inferiores a sus expectativas.

Me gustan los diferentes, los que han sufrido, los incomprendidos, los frikis, todas esas personas que tienen historias engarrotadas en su interior. ¿Por qué? Porque esas experiencias los han hecho más humanos. Y las apariencias son solo cáscaras perecederas que muchas veces no nos comunican nada del ser humano que hay detrás.

Hay sonrisas llenas de miedos, de dolor; hay miradas que demandan abrazos en morse; hay cabezas agachadas que esconden seguridades; hay gritos que hablan de necesidades. Y hay altiveces que maquillan soledades. ¿Cómo sería todo esto si respetásemos al otro? Dejad ser a cada uno según su esencia, con la única máxima de no transgredir los derechos humanos.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ