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Cesáreo de los Santos | Manzantini

Mi abuelo José fue un gran agricultor, también destacaba como ganadero. Murió en 1965 cuando yo tenía 12 años. Se me viene a la memoria como uno uno de mis primeros recuerdos infantiles, sus 9 excelentes yeguas reproductoras y el borrico "pare" semental para cubrirlas. Obtenía unos muletos del cruce extraordinarios. Los mejores ejemplares se los quedaba para la labor de sus tierras. El resto se los quitaban de las manos, debido a su fama, en las ferias de la comarca. Aparte tenía una piara de cochinos “coloraos” y un rebaño de vacas.



Me cuenta mi madre a sus 89 años con todo lujo de detalles y a la que dedico este relato, que en los años 40 del siglo pasado le nació un muleto que sobresalía de los demás por su presencia, hechuras, nobleza y belleza. Le puso de nombre Mazantini haciendo honor a un torero de principios de siglo pasado muy popular. Rico, apuesto y elegante. Amante del teatro y de la ópera se codeaba con lo más granado de la sociedad. Además tuvo una brillante carrera política. Todo un personaje

Creció el muleto y cumplió con todas las expectativas. De gran alzada, fuerte, bonito, muy resistente y dócil. Era la gozada de todos los que lo utilizaban. Los surcos más profundos; ágil para trillar; con mucho brío era el mejor mulo de varas en los carros. Movimientos armónicos al andar y galopar. Todos aspiraban ir con él a las que fueron las primeras romerías de nuestro pueblo. Mazantini no paraba. Desde el amanecer al anochecer y de lunes a domingo.

Un día atravesando un arroyo tuvo la mala fortuna de pisar una hondonada y se partió la pata. Normalmente cuando un animal sufría un accidente de este tipo se sacrificaba. Mazantini por su trayectoria no merecía tal final. En definitiva lo dejó mi abuelo en la cueva del pajar de la era con agua y con grano a su disposición.

Iban pasando los días y el extraordinario mulo se iba recuperando hasta tal punto que apenas se le notaba la cojera. No volvió a arar, trillar o tirar del carro. Tampoco fue a las romerías… pero un aguador del pueblo de los que vendían el preciado líquido por las calles le propuso a mi abuelo comprárselo, para hacer un trabajo liviano como el de repartir el agua por el pueblo, así lo acordaron y estuvo sus últimos años en este menester.

Este relato podía tener un final feliz (para contarlo a los niños) cuando el mulo se jubila y regresa de nuevo a la cueva del pajar para pasar sus últimos días, retozando en los “plaos” de margaritas y amapolas.

Pero en aquella época cuando un animal de carga o tiro se hacía viejo o inservible normalmente se vendía a los mataderos clandestinos de caballos, mulos y borricos que había en el pueblo de La Algaba para comercializar su carne como ternera. Mazantini corrió peor suerte. En vez de al matadero, el "aguaó" en los días previos de las fiestas de La Cruz de Mayo lo vendió a un circo que montaba en el huerto de Ramón del Pinar y apuntillado sirvió de alimento a los tigres y los leones.

En todos los grupos y colectivos humanos: de trabajo, de equipos deportivos, cuadrillas, familias, casetas, peñas, hermandades, partidos políticos, sindicatos, oficinas, asociaciones, etc. hay Mazantinis. No carguemos todo sobre ellos porque rematarán probablemente, como el excelente mulo, en las fauces de las fieras.

CESÁREO DE LOS SANTOS
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