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Vanessa Montfort: “En un trabajo sufrí un 'mobbing' tan brutal que sentí la necesidad de refugiarme en mi casa”

Después de haber vendido más de 150.000 ejemplares de Mujeres que compran flores, Vanessa Montfort (Barcelona, 1975) publica ahora la novela titulada El sueño de la crisálida, un libro muy personal. Pero, al mismo tiempo, es la crónica de una mujer de hoy en día, de los retos a los que se presenta como profesional, hija, amante y amiga. En definitiva, un retrato sobre la sociedad del siglo XXI. Desde 2015 dirige la compañía teatral Hijos de Mary Shelley. Su obra está siendo traducida, estrenada y publicada en antologías y estudios críticos de Europa, Estados Unidos, América Latina y Asia.



—'Mujeres que compran flores' vendió más de 150.000 ejemplares. ¿Todo un reto al que te enfrentas con 'El sueño de la crisálida'?

—El mayor reto para mí fue hace ya 15 años, cuando tomé la decisión de dejarlo todo para apostar por la vocación con la que casi podría decir que nací. Mujeres que compran flores fue un paso más, uno enorme, en mi carrera, y no me ha dado otra cosa que más libertad para escribir que la que ya tenía, que siempre fue mucha. He querido que El sueño de la crisálida fuera un libro bello, emocionante y muy personal con el que corresponder a los lectores que me siguen. Lo mejor que puedo dar a día de hoy como escritora. He trabajado muy duro en él.

—Todos somos, de algún modo, crisálidas, gusanos mutando en un capullo, que nunca sabemos si alcanzaremos nuestros sueños.

—Eso es parte de la emocionante aventura de vivir. En palabras de Leandro, entomólogo amigo de la coprotagonista de la novela: "La fase de crisálida resulta fascinante a muchas escalas: no sólo supone deshacerse para renacer, sino ser capaz de reorganizar la materia viva anterior, conservando en la memoria las capacidades y los errores que ha registrado el cerebro, que permanece intacto. Una forma de afrontar con experiencia la última fase de su vida, la más especial y la más emocionante, con una nueva capacidad: la de volar". Pensé que era una metáfora muy precisa para aplicarla a un ser humano.

—Tanto más la mujer de hoy, que se enfrenta cada día a retos como hija, madre, amante o amiga. Pero le crecen las alas a la mariposa.

—Bueno, ese tema en realidad lo exploré más en Mujeres que compran flores. Esta novela habla de seres humanos en fase de cambio, de rebeldes con causa, no trata tanto de temas de género. Es cierto que, al ser dos coprotagonistas mujeres, su aventura tiene un regusto a Thelma & Louise, o eso me dicen, pero hay casi sesenta personajes de todos los géneros, edades y tendencias emocionales, sexuales, políticas, espirituales...

—Su novela es una profunda radiografía del 'mobbing', una pandemia que, como dices, no acostumbra a denunciarse.

—Es que la vida no es cómica ni dramática, es irónica. Y es irónico que alguien trate de echar o destruir a un compañero sólo por ser justo o destacar positivamente. Es cierto que aquel que desafía lo establecido, aunque proponga un cambio a mejor, dependiendo de la madurez mental del grupo en el que caiga, puede ser marginado o atacado. Eso es lo que une a ambas protagonistas, y Patricia, sin conocer de nada a Greta, va a querer darle voz a la injusticia que la otra ha vivido, porque también la vivió y no lo denunció. Una forma también de salvarse a sí misma.

—Fuiste víctima del acoso laboral en el pasado. Viviste un proceso de reconstrucción. De ahí nace tu carrera literaria.

—En mi caso mi vocación literaria es tan temprana que puedo decir que casi nací con ella. A los seis o siete años ya cosía mis cuentos, les dibujaba una portada, les escribía una dedicatoria y se lo regalaba a alguien a quien quería. ¡Me autoeditaba libros! Pero es cierto que llevé en paralelo mi carrera literaria y la periodística y en uno de los trabajos sufrí un mobbing tan brutal que sentí la necesidad de refugiarme en mi casa, con mis libros y de apostar por la literatura durante un tiempo, el que me permitieran mis ahorros.

Tenía 28 años: terminé mi primera novela, ese mismo año gané el Premio Ateneo Joven de Sevilla con mi primera novela y me becaron para ser dramaturga residente en el Royal Court Theatre de Londres. Nunca volví a tener un trabajo estable y, aunque fui pluriempleándome para resistir, cada vez le di más espacio a mi carrera literaria y menos a todo lo demás. Después de 20 años de profesión, puedo decir que me dedico por completo a la literatura.

—Parte de esa vivencia se ve reflejada en tu protagonista, Patricia Montmany. De algún modo, es tu alter ego. Pero no le prestaste tu vida privada.

—Porque mi vida privada es, como su nombre indica, privada. No se trataba de hacer un streaptease, sino de prestarle al personaje de Patricia mi forma de ver el mundo, algunas experiencias laborales y, sobre todo, aquello que pudiera empatizar con su coprotagonista.

—Patricia es periodista, vive a contrarreloj, sufre una crisis de ansiedad. ¿No hay manera de acabar con esta esclavitud de lo urgente?

—Sí, claro que la hay, pero supone hacer un férreo compromiso con uno mismo. Últimamente he reflexionado mucho sobre una cuestión: creo que a menudo confundimos la libertad con el "viva La Pepa", con una obsesión por vivir sólo en el presente, en definitiva, con la falta de compromiso con uno mismo y con los demás.

Para mí la libertad también es compromiso. Sólo que tienes libertad para comprometerte –con un ideal, con una forma de vida, con un sueño, contigo mismo o con otro–, si adquieres el compromiso de no procrastinar lo que es importante para ti, acabarás por darle su espacio.

— Patricia conoce en un avión a Greta, una exreligiosa colombiana que le confiesa oscuros entresijos de su congregación.

—Sí, un tema del que no se ha hablado pero importante, aunque no sea el tema central de la novela. Greta nos habla de la falta total de valoración de las religiosas y, considerando que nuestra cultura ha bebido de una educación judeocristiana, observar ese micromundo nos da mucha información del por qué de nuestros comportamientos en la sociedad: desde nuestra relación con la culpa, con el merecimiento, con la falta de valoración intelectual de las mujeres en muchos otros campos.

—Las vivencias de Greta también están basadas en un caso real, que replantea el papel de la mujer en la Iglesia.

—Sí, basé el personaje de Greta en la experiencia de una mujer valiente que quiso prestarme su historia con la única intención de que ayude a que las cosas cambien y a dar voz a esas mujeres valiosas que siguen sin tenerla en la institución.

—Habla de abusos de poder y sexuales a las religiosas, pero no por sacerdotes sino por otras religiosas.

—Quizás esa sea la principal novedad. La violencia de género también es violencia de mujeres contra mujeres, cuando la violencia se desata hacia alguien por el hecho de ser mujer y no resignarse.

—Como dices, el proceso de la crisálida es lo opuesto a la resignación. ¿Qué les dirías a todas aquellas mujeres que sueñan con ser mariposas?

—¿Por qué sólo a las mujeres? En esta novela hay casi sesenta personajes y muchos de ellos tienen en común ser rebeldes con causa y que están haciendo su propio proceso de transformación, unos con mejor fortuna que otros. ¿Qué les diría? Yo nada. Eso se lo dejo a mis personajes.

—Aseguras que el éxito te ha cambiado la vida. ¿Miras ya sin prisas el horizonte?

—No, el éxito –y depende de lo que consideremos "un éxito"– no cambia nada, porque si tienes algo de vida acumulada y capacidad de observación, sabes que es algo tan inconstante como la felicidad, la libertad o el amor: si no lo alimentas y lo trabajas, adelgaza hasta desaparecer. Y, además, nunca depende totalmente de ti. Como mucho, si se trata de un éxito profesional, te puede dar más libertad, confianza e ilusión para seguir.

Una palmadita en la espalda por tanto trabajo y esfuerzo invertido nunca viene mal. Pero yo nunca he dicho que me haya cambiado la vida, sería absurdo: trabajo lo mismo o más, tengo más o menos las mismas preocupaciones y miro el horizonte con la misma ilusión con la que lo he hecho siempre. Sin prisa pero sin pausa. Tengo el don de la paciencia y el defecto, supongo, de ser una soñadora irredenta.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO