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Cesáreo de los Santos | Así era la casa típica visueña

Esta es la descripción de una casa antigua de nuestro pueblo. Casa que ha perdurado desde el origen de El Viso hasta mediados del siglo pasado. No había dos casas iguales pero la descrita puede ser lo que podemos considerar una casa típica.



Antiguamente tanto las casas humildes como las casas burguesas visueñas estaban vertebradas en torno a un pasillo, que iba desde la puerta hasta el corral o la puerta falsa. Este pasillo tiene un nombre muy particular en nuestro pueblo: La carrera.

La "fachá" con los huecos de la puerta y una ventana grande abajo y una pequeña arriba con rejas. Encalada con cal de Morón igual que el resto de las paredes que le daban un color blanco inmaculado. Las de los laterales medianeras con los vecinos. Todas las paredes están hechas con tierra y cal, golpeadas por el pisón aplicando la técnica del tapial.

El tejado de teja árabe con una chimenea. El suelo de ladrillos de barro cocido. Tejas y ladrillos de los barreros de las laderas del Sequero, La Muela, La Tablá y El Calvario elaborados en las barrerías de El Viso.

El sardiné o escalón de entrada. En la puerta de madera claveteada el aldabón, la cerradura, los pestillos y para dar más seguridad la tranca (palo que apalancaba la puerta). Y un "jigarro" grande para que no se cerrara con la corriente de aire. A continuación de la puerta el zaguán para dar paso al portal.

En el portal la mesa camilla redonda con su jato y debajo una copa (brasero) para el cisco (picón), un espejo en la pared y un cuadro de la Última Cena. En el rincón una mecedora con asiento y respaldar de rejilla. En el techo la bombilla que pendía de un cable trenzado que iba a una llave y un enchufe de baquelita que había sustituido al carburo y al quinqué. A ambos lados del portal dos salas (habitación del matrimonio con la cama un ropero dos mesitas de noche, la cuna y un arcón y la sala de la abuela, las hijas mayores y pequeños de la casa con una peinadora, una palangana y un jarrón grande. A un lado la escalera de madera que se subía al “soberao”; dormitorio de los mozalbetes y más mayores, desván, granero y despensa (papas, mazorcas de maíz, melones). Suelo de madera con vigas de palos de pitones (ágaves). La luz entraba por la pequeña ventana que daba a la calle.



Un pasillo corto unía el portal al patio, un pequeño oasis lleno de macetas en el suelo y las paredes; sardineras (geranios), pilistras (alpidistras), helechos, claveles, gitanillas, begonias, petunias… En el arriate una parra de ricas uvas, un jazmín y un rosal. El pozo medianero con la casa de al lado revestido de piedras alcoreñas recubiertas de verdina (algas) provocadas por la humedad. La carrucha (polea) colgada en lo más alto del vano de la pared, la soga y la cuba de zinc. A un lado en la parte de arriba los ganchos por si se caía algo al fondo poderlo recuperar. En la parte interna del brocal de ladrillos un clavo con una soga de la que colgaba un canasto de varetas de olivo para meter el vino, la gaseosa o el melón para que estuvieran fresquitos.

Adosada al pozo una pila para lavar con un refregador de madera y un taco de jabón verde. Debajo de la pila una tinaja con cal, siempre preparada para dar unos “arreores” (pintar las partes bajas sucias) y tres latas, con “azulao”, ocre y almagra para los zócalos.

Al final del patio la cocina. En el lateral el poyo con dos anafes de hierro con las brasas del carbón y un lebrillo de barro cocido vidriado en el borde y en su interior, incrustado en el poyo que servía de fregadero. En lo alto del fregadero la campana de la chimenea con dos puntillas donde colgaban las tenazas de las brasas y un soplillo de palmas para avivar el fuego. Debajo una tinaja con aceitunas con tapadera de madera y las ollas, cazuelas, peroles, lebrillos y orzas. Colgado de la otra pared el platero con la parte de arriba con puertas de tela metálica fina para meter otros utensilios como el colador y los cazos o los cerillos, la sal y el azafrán.



En la esquina una pequeña alacena donde se guardaba, la talega con el pan, los huevos en una canastilla, el vino en garrafa, garbanzos en saco, ristras de ajos y manojos de cebollas colgados, el aceite en un recipiente de latón, morcillas y chorizos ensartados y sostenidos en una caña y tocino, huesos y espinazo en un cajón de madera con tapa; en otro cajón las papas. Colgada fuera la quincana (cesto de palmas para llevar la comida al campo) y el trapo que llamaban de la cocina. En la otra pared en un hueco convertido en anaquel la modesta vajilla, platos metálicos y de porcelana, el mortero, la maja y las tazones grandes sin asas para el “café migao”. Debajo de la cantarera el búcaro y arriba los cántaros para el agua con un jarro de lata para beber.

La mesa pequeña de madera, cubierta con un hule, tenía un cajón donde se metían las cucharas, tenedores y algún cuchillo. Las sillas de “neas” con palillos para reforzarla tanto en las patas como en el respaldar. Colgada del techo una tira de tela impregnada de miel para que las moscas quedaran pegadas. Se comía y se hacía vida en la cocina. Al ser la pieza más cálida de la casa también era el cuarto de aseo con la palangana, el barreño o la caldera donde se metían para echarse agua calentita con un jarro.

Una segunda puerta daba al corral. Una pequeña cuadra con su pesebre para la burra, una zahurda con dornajo para el cochino que se engordaba para la matanza, un gallinero y el estercolero. En el corral estaba también el retrete; un pequeño agujero que daba a un pozo ciego. Algunos miembros de la familia hacían sus necesidades directamente en el estercolero para regocijo de pollos y gallinas.

Hoy podemos tener casas inteligentes, tecnológicas, con aperturas automáticas de puertas y ventanas, climatizador, control remoto de los electrodomésticos, etc. Pero estoy seguro que casi todas las personas pertenecientes a las generaciones de visueños, desde el origen de nuestro pueblo hasta mediados del siglo pasado, fueron felices en sus humildes casas.

CESÁREO DE LOS SANTOS


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