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Rafael Soto | La discriminación no necesita excusas

El coronavirus o neumonía de Wuhan ha sacado a la palestra al grupo racial más discreto del país: los asiáticos. ¿Chinos, japoneses, camboyanos, tailandeses? “¡Todos los chinos son iguales!”, dice el castizo. Muchos acaban de darse cuenta de que la población asiática, en especial la china, existe más allá de los restaurantes y de las tiendas de alimentación. Se suben a los medios de transporte, esperan en las salas de espera e, incluso, asisten a nuestras escuelas, que también son suyas.



El Instituto Nacional de Estadística cuantificó la población china en España en 190.600 personas en enero de 2019. Una cifra con muchos matices. China no reconoce la doble nacionalidad a sus ciudadanos, lo que hace que muchos inmigrantes abracen la ciudadanía española en cuanto tienen oportunidad, y sus hijos nacidos en España ya son considerados nacionales.

Por otro lado, no podemos menospreciar el numeroso colectivo de chinas adoptadas como consecuencia del documental Las habitaciones de la muerte. De acuerdo con datos de 2017 del entonces Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, el 24 por ciento de las adopciones internacionales en España procedieron del país asiático. Por tanto, estamos hablando de un colectivo amplio y subestimado.

El caso es que siempre ha estado ahí. En mayor o menor número, pero siempre. En especial, en las grandes ciudades. Va siendo hora de concienciarse de la presencia de los asiáticos, de sus derechos y deberes, y dejar de sorprenderse por el hecho de que algunos hablan mejor español que muchos españoles. Véase ejemplos como los de Quan Zhou, hija de emigrantes y dibujante de cómics con perfecto dialecto andaluz o Chenta Tsai, más conocido como “Putochinomaricón”, cantante taiwanés criado en Madrid.

El coronavirus ha alarmado a parte de la población. No es para menos, puesto que la Organización Mundial de la Salud ha llamado a tomar precauciones. Si dejamos aparte el lamentable tratamiento informativo que se le ha dado a la cuestión, confundiendo alerta con alarma, es cierto que la llegada del virus a Europa ha preocupado a muchas personas. Personas que, en ocasiones, por falta de formación, información o por racismo, no dudan en señalar o marginar a los asiáticos desconocidos que se encuentran en los lugares públicos.

La posibilidad de que un chino que comparte espacio con nosotros haya estado recientemente en China y que haya contraído la enfermedad es ínfima. Y, sin embargo, he visto en un tren de Cercanías de Madrid cómo una asiática se sonaba la nariz con un pañuelo y la gente se alejaba de ella con discreción. No quiero pensar en los menores asiáticos que tengan que vérselas en la escuela con otros chavales inconscientes.

La xenofobia y el racismo no necesitan de justificación, pero la agradecen. La posibilidad remota, casi inexistente, de contraer una rara enfermedad no puede servir de excusa para la discriminación.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO