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José Antonio Hernández | Las confidencias de María

Respondo disciplinadamente a la propuesta que me hace Manoli para que me refiera a la fiesta de la Inmaculada aunque, como es natural, no haré un sermón porque ni a mí me corresponde ni este es el lugar adecuado para predicar. Lo primero que se me ocurre es que me resulta contradictoria la elevada importancia que en la Iglesia alcanza María y el escaso protagonismo de las mujeres en las tareas más importantes.


Es cierto que son las que más acuden a los templos y las que más colaboran en las tareas de catequesis pero exactamente eso quiero decir: son colaboradoras pero sin ostentar los principales oficios y cargos. El primero que denuncia y lamenta esta situación es el papa Francisco pero esos cambios necesarios que ha anunciado tardan demasiado en realizarse.

¿Cómo podemos celebrar este día los creyentes y los no creyentes? En mi opinión, tanto uno como otros, podríamos aprovechar la ocasión para hacer un ejercicio interesante: celebrar una entrevista virtual e imaginaria con ella y solicitarle que se convierta en nuestra confidente.

A los creyentes les serviría como una manera sencilla de hacer oración, y los a los no creyentes les proporcionaría la oportunidad de hacer un ejercicio literario original. Estoy convencido de que la conversación, cuando sabemos escuchar y hablar, además de un ejercicio agradable, es un procedimiento eficaz para aprender y, a veces, para transformar nuestra manera de pensar y de actuar.

Podríamos preguntarle qué pensaba cuando veía a su hijo que trataba con todo el mundo, que sanaba a los enfermos, que se sentaba en la mesa con los pecadores, que era amigo de hombres y de mujeres, que echaba del templo a los vendedores y sobre todo le podríamos preguntar que nos contara con confianza lo que sentía y pensaba cuando, acompañada de otras mujeres, estaba sentada junto a la cruz en la que estaba clavado su hijo.

De esta manera la fiesta de la Inmaculada se puede transformar en la fiesta de todos nosotros y, al menos, proporcionarnos algunas esperanzas. Y termino con una frase del papa Francisco: Si queremos un mundo mejor, que sea una casa de paz y no un patio de guerra, debemos hacer todos mucho más por la dignidad de cada mujer.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO