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Rafael Soto | Prenderle fuego a todo

Es un día agotador en el trabajo. Debido a la covid-19, te exigen más que antes –tanto los que tienen muy en cuenta que tienen otros miles de personas dispuestos a hacer tu trabajo, como aquellos usuarios o clientes inconscientes que no se quieren enterar de qué va el asunto–, te pagan lo mismo si tienes suerte, y te diriges a tu hogar planteándote si tiene sentido tanto esfuerzo.


En el camino a casa, procuras aprovechar el tiempo pensando en tus cosas: facturas, citas médicas, problemas familiares y/o sentimentales… En ocasiones, un semáforo o algún imbécil que no se ha enterado de que fumar en la vía pública, y más en aceras estrechas, no es en absoluto aconsejable, te hacen levantar la cabeza y ponerte en guardia.

Cuando pasa el peligro, vuelves a tus cosas. Y te da por pensar que en algún momento tenemos que salir de este embolado. Que si la sacrosanta Unión Europea está comprando vacunas, será porque son efectivas. Que incluso la vacuna rusa, la Sputnik V, ha obtenido reconocimiento científico a través de una publicación de prestigio como The Lancet.

Como la mente es una ardilla que corretea de rama en rama, no puedes evitar el recuerdo de las negociaciones de la Unión Europea con AstraZeneca. Una tomadura de pelo, consecuencia directa de confiar sin cortapisas en la buena voluntad del sector privado mientras juega con el dinero de todos. Si pudieras expropiar y nacionalizar esas empresas, se iban a enterar…

Y de repente, te viene a la cabeza que Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos, también parece haberlo pensado. "No me temblaría el pulso en nacionalizar farmacéuticas si tuviera el poder y eso garantizara el derecho a la salud", afirmó hace unos días en una entrevista en Infolibre. Es entonces cuando el corazón se te divide.

Es cierto, estamos en manos de las farmacéuticas privadas, y eso nos debilita. Por otro lado, como la mente es traviesa, caes en el viejo recuerdo de El Comandante Chávez, expropiando a pie de calle en un acto tan polémico y estudiado como propagandístico al grito de “exprópiese”. Y sonríes. Lo sabes. Vincular Podemos con Venezuela es demasiado fácil, demasiado usado, demasiado mediocre. Pero Iglesias lo pone tan fácil… 

Con tantas leyes que dice promover por su presencia en el Gobierno, esperas que algún día se acuerde de la prometida regulación del precio del alquiler, de la reforma laboral u otras cuestiones más vinculadas con el día a día. Que lo de la eutanasia y los trans están muy bien, pero que los que los blancos y heteros, mujeres y hombres, tenemos otras preocupaciones más urgentes.

Te acercas al hogar. Empiezas a pensar en el almuerzo que, por suerte, dejaste hecho y dispuesto en un táper el fin de semana. Mealprep lo llaman los entendidos en el noble arte de buscar anglicismos para todo. Y pasando por las tiendas, te angustias por lo caro que está todo, así como por lo poco que dura el dinero en la cartera. Para que encima los de la radio informen de que, según el Instituto Nacional de Estadística, el Índice de Precios de Consumo (IPC) ha bajado un 0,5 por ciento. Manda cojones el asunto.

Llegas a casa, dando a gracias al cielo por tener a alguien que te reciba con una sonrisa, y que esa persona esté sana y trabajando. Desinfectas el móvil, las llaves y las suelas de los zapatos. Y te duchas, hambriento como estás, no vaya a ser que transmitas el bicho en casa. Porque recomiendan hacerlo, y sigues las instrucciones que te dan, porque no tienes ni puñetera idea de epidemiología, y con tu casa no te la juegas.

Calientas la comida y te sientas ante el televisor con un plato lleno y una cerveza fría por delante. Una birra que, antes, rara vez te acompañaba en las comidas rutinarias y que, ahora, consideras que te has ganado por haber llegado sano y salvo a casa, sin prenderle fuego a nada y sin arrancarle la cabeza a nadie. Un día más echado. O un día menos, según el caso.

Cansan las noticias vinculadas con la pandemia, pero sabes que son necesarias. Infoxicado y agotado en el alma, ya no te causan efecto las imágenes de ataúdes; las declaraciones de personas en situación de desempleo o inmersos en expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE), o las voces desesperadas de los sanitarios.

Por quedarte, no te queda ya alma para las informaciones que versan sobre la situación de las personas con discapacidad que ya nadie atiende, los solitarios viudos de la covid o los desafortunados de toda la vida, puesto que el capitalismo no es invento de AstraZeneca, y lleva jodiendo a la gente desde hace bastante tiempo.

En silencio, has devorado tu plato y bebido casi sin placer la cerveza. Si eres afortunado, tienes a otra persona al otro lado de la mesa que ha hecho lo propio, y te planteas empezar una conversación. Sin embargo, el informativo no te espera, y te informa de que ha habido una sesión del Congreso de los Diputados.

En la pantalla, el Kennedy español, luminaria del progresismo épico y brother intermitente del líder de Unidas Podemos, afirma que Vox tiene “destellos de sentido de Estado y de responsabilidad”. Mientras, el mediocre sucesor de Mariano Rajoy, socio indiscutible y discutido de Vox en diferentes gobiernos locales y regionales, reprocha a Pedro Sánchez que “cualquier día se le ve disfrazado con cuernos de búfalo, junto a los asaltantes del Capitolio”, por el apoyo que le ha prestado la extrema derecha con su abstención.

¿Quién te lo puede reprochar? Ya ni le preguntas a tu pareja por su día. Te cabreas y te entran unas ganas tremendas que prenderle fuego a todo. Pero claro, te acabas cortando, no vaya a ser que alguien te oiga y piense que eres un tipo violento. Así que apagas el televisor y lo mandas todo a la mierda. La siesta es el olvido y, con suerte, ya caerá un meteorito en algún momento de 2021 que haga el trabajo por ti. O quizá haya un apocalipsis zombi, o nos devore un terremoto, o quizá vuelva Windows Vista. Todo es posible, te dices, mientras que cierras los ojos con la firme intención de no pensar en nada.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO