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José Ángel Campillo | Los orígenes de la Semana Santa de nuestro pueblo

Cuando las tardes del tedioso invierno comienzan a animarse con el revolotear de los pájaros en las templadas tardes de la incipiente primavera, cuando el azahar empieza tímidamente a florecer y a embriagar con su fragancia alguna de nuestras calles, cuando en la calla Tío Pinto huele a torrijas, a pestiños y a incienso, podemos decir que “ya huele a Semana Santa”. 




Pero desgraciadamente, este año, al igual que el pasado nuestra Semana Santa será bastante atípica, guardaremos fuerzas para coger con más ganas aún la próxima. Esperemos que así sea.

¿Pero cuando comenzó la Semana Santa en nuestro pueblo? Para responder a esta pregunta tenemos que remontarnos a mediados del siglo XVI, esta es la fecha aproximada en la que podemos hablar de la erección de una cruz o varias cruces en lo que hoy conocemos como Calvario, ahí está el origen de nuestra Semana Mayor, en el humilladero del Calvario. 

La erección de la Cruz del Calvario hemos de ponerla en relación con el viaje que realizó en torno a los años veinte de esta misma centuria el marqués de Tarifa, Don Fadrique Enríquez de Ribera, a  Tierra Santa. Tras regresar de este viaje se le ocurrió organizar un Vía Crucis dentro de su palacio, para años después, dado el éxito que tuvo, hacerlos desde la capilla del palacio hasta el humilladero de la Cruz del Campo. Al parecer la distancia entre estos dos lugares era el mismo que la distancia entre el palacio de Poncio Pilatos y el Gólgota. 

Una de las hijas de Don Fadrique, Doña Catalina Enríquez de Rivera, contrajo matrimonio en 1539 con el primer señor del Moscoso, Don Juan Arias de Saavedra, hijo segundo de  Fernando Arias de Saavedra y María de Guzmán que ese mismo año fueron nombrados Condes del Castellar. Este hecho es el que hace que en la gran mayoría de las ocasiones confundamos al yerno con el suegro.

Solventadas estas dudas de carácter histórico podemos decir que, sin duda alguna, este hecho marcaría el inicio de la Semana Santa en nuestro pueblo, primero a través de la señalización de un vía crucis hasta el Calvario, donde en la actualidad encontramos una cruz de hierro forjado, posiblemente del siglo XVIII, engarzada sobre un fuste de mármol blanco cuya procedencia desconocemos, pero que a buen seguro guarda relación con los patios columnados que aún perduran en algunas casas de la calle Real de nuestro pueblo, casas que podemos calificar como “singulares” y que necesitan, dado su mal estado mayor protección por parte de las autoridades, de lo contrario están condenadas a su desaparición.

En tiempos pretéritos las hermandades de nuestro pueblo hacían su estación de penitencia el jueves y el viernes  Santo. Por lo que respeta al jueves, la primera hermandad que procesionaba por la tarde era la del Dulce Nombre de Jesús. Esta hermandad, al igual que todas las de la diócesis de Sevilla, fue fundada por Don Cristóbal de Sandoval y Rojas el 15 de enero de 1572. Al igual que la de la Veracruz era de disciplinantes, por lo que era una cofradía denominada de las de sangre. La imagen que procesionaba era la de un Niño Jesús, una imagen de talla que estaba vestida que se colocaba en un retablo situado junto al del Cristo de la Veracruz. No nos consta si el paso del Niño iba acompañado por otro de la Virgen, tal y como ocurría en Sevilla. Al ser una cofradía de sangre, a lo largo del XVIII, por lo que en 1740 se fusionó con la de la Veracruz.

A continuación realizaba su estación de penitencia la hermandad de la Veracruz, que en el siglo XVIII se fusionará con la de la Santa Cruz. La fundación de la misma se remonta a mediados del siglo XVI, aunque sus reglas fueron aprobadas en el año 1599 en un Cabildo fundacional que se celebró ante el escribano don Baltasar de Rojas y el prioste de le ermita de San Sebastián don Bartolomé de Sevilla. En un principio, y hasta comienzos del siglo XVII hacía estación de penitencia con un cuadro en el que aparecía la imagen de Cristo crucificado. Será a comienzos del siglo XVII, tal vez coincidiendo con la fundación oficial de la misma, optasen por encargar al imaginero José Gómez, la imagen de un crucificado, de tamaño algo menor que el natural. Tenemos constancia que su retablo estaba situado en el lugar en el que hoy encontramos la puerta que da accede al pasillo de la sacristía. El Cristo iba acompañado por la imagen de una dolorosa bajo la advocación de la Soledad, de finales del XVI o comienzos del XVII y que podemos identificar con la actual virgen de la Amargura.

El viernes Santo por la mañana procesionaba la hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno. A este respecto hemos de decir que la primera imagen con la que se hacía estación de penitencia era el crucificado de la Misericordia, obra de pasta, de comienzos del siglo XVII que llegó a nuestro pueblo en el año 1604. El cristo fue un regalo que hizo la condesa del Castellar, doña Beatriz Ramírez de Mendoza, a los frailes mercedarios cuando partieron de Madrid para instalarse en nuestro pueblo. Con el paso del tiempo, la imagen del crucificado fue sustituida por la de un nazareno que encargó el prior de los mercedarios descalzos al imaginero Andrés Cansino (1669). No nos consta si en algún momento procesionaron junto con alguna dolorosa, pues la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso es del XVIII.

El viernes por la tarde hacía estación de penitencia la hermandad del Santo Entierro de Cristo y de Nuestra Señora de la Soledad. Las imágenes estaban en la capilla que actualmente es conocida como de los Dolores. En un retablo encontrábamos a la dolorosa bajo la advocación de la Soledad y en un lugar que no podemos determinar la hechura de un Cristo yacente en una urna. Sabemos que el Cristo (en la actualidad en el Convento) es de pasta madera y podemos datarlo en el año 1652, obra del imaginero Jerónimo López. Todos estos datos nos han llegado gracias a la documentación que se conserva de un pleito en el que estuvieron inmersos en 1653 el cura párroco Miguel Marín de Palacios y  Doña Catalina Galindo. El pleito es consecuencia de las desavenencias entre el cura y la referida señora que afirmaba que el yacente estaba en su casa porque era de su propiedad y ella lo prestaba para que procesionara. Por su parte, el cura afirmaba que la imagen era propiedad de la Cofradía de la Soledad y entierro de Cristo y que había sido adquirido por las donaciones de hermanos y parroquianos. El pleito lo ganó el cura, por lo que la imagen pasó a la iglesia.

En referencia a Nuestra Señora de la Soledad, tenemos constancia que era una imagen de candelero, colocada, tal y como consta en 1698 en un retablo antiguo compuesto por columnas entre las que se ubicaban pinturas. Un siglo después, en el último tercio del siglo XVIII, esta capilla sigue bajo la advocación de Nuestra Señora de la Soledad, tal y como aparece en el testamento de doña Marina Hurtado que manda ser sepultada al pie de la imagen. Posiblemente, en el siglo XIX, una vez desaparecida la hermandad y sus enseres e imágenes pasan a ser custodiadas por la Sacramental, la imagen pasó al convento y fue convertida en beata Mariana, para con posterioridad, en los años setenta del siglo XX convertirse en Nuestra Señora de la Amargura. 

Tendremos que esperar al siglo XX, concretamente al año 1921, coincidiendo con la inauguración de la capilla para asistir a la fundación de una nueva hermandad: la de los Dolores.


JOSÉ ÁNGEL CAMPILLO
FOTOGRAFÍA: J PEDRO MARTÍN


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