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Marco Antonio Campillo | Origen y significado oculto del juego de la picarona

La rayuela es un juego tradicional infantil muy extendido por España e Hispanoamérica. Recibe distintas denominaciones: avión, tejo, pique (Mairena del Alcor y Utrera), mariola (Galicia), muñeca (Madrid), etc. En El Viso del Alcor tiene el peculiar nombre de picarona. 


Hay diferentes formas de dibujarla, aunque la más común es pintar, normalmente con una tiza, un cuadrado en el suelo, con el número 1 dentro, luego otro cuadrado con el dos, otro con el tres, procurando que sean iguales. Después se pintan dos casillas, una con el número cuatro y a su lado otra con el cinco. La casilla superior la ocupa el 6 y las dos últimas son también casillas dobles con los números siete y ocho. Luego otro piso con una sola casilla con el número 9 y finalmente se dibujará una última con el número diez. 

Este juego, cuyas reglas básicas son bien conocidas por todos, ayuda a que los niños y niñas desarrollen la coordinación viso-motora, la agilidad, el movimiento y la motricidad gruesa. Cada jugador tiene que arrojar la piedra a todos los cuadrados y gana el primero que consigue recorrer toda la picarona.

La rayuela es uno de los juegos más conocidos en todo el mundo. Su origen es milenario, practicándose en Grecia (recibiendo la denominación de Ascolias) y en la antigua Roma (conocida como Las Odres) En este sentido, los soldados utilizaban un mecanismo similar para su entrenamiento, ya que le brindaba un mejor equilibrio y agilidad durante sus batallas.

La picarona está relacionada con los antiguos mitos sobre laberintos, del mismo modo que otros juegos (la oca, el parchís o la lima) y ha sido adaptado en el Renacimiento, en la época de la Contrarreforma, para representar el viaje cristiano del alma, desde la tierra hasta el cielo. Representa el conocimiento de uno mismo, reflejando en el juego las dificultades de la vida con el nacimiento, el crecimiento y la muerte. Su temática está basada en el libro “La Divina Comedia” de Dante Alighieri, obra en la cual el personaje, cuando sale del Purgatorio y quiere alcanzar el Paraíso, tiene que atravesar una serie de nueve mundos hasta lograrlo. 

El jugador actúa a modo de ficha. Debe saltar de casilla en casilla, a la pata coja, empujando la piedra que representa su alma. Partía de la Tierra para conseguir el Cielo (número 10), procurando no caerse en el Infierno durante su recorrido. En ningún caso la piedra debía pararse sobre una línea, ya que, de la Tierra al Cielo, no hay fronteras ni zonas de demarcación, ni separaciones, ni descanso.

Julio Cortázar explica magistralmente este tradicional juego en su famosa obra “Rayuela”: Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo; lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar. Y porque se ha salido de la infancia se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, un piedrita y la punta de un zapato”.

Mircea Eliade comenta, del mismo, que “los niños europeos y americanos todavía juegan a la rayuela, ignorantes del hecho que están participando de un juego iniciático cuya finalidad es penetrar y regresar con éxito de un laberinto; porque saltando a la rayuela, ellos descienden simbólicamente a los infiernos y vuelven a la tierra”.

En definitiva, como conclusión, cada vez que jugábamos en nuestra tierna infancia al juego de la picarona, estábamos recorriendo un trazado bidimensional que representa un viaje ascendente en el que se unen los tres mundos: el mundo subterráneo (inframundo), la Tierra y el Cielo.

MARCO ANTONIO CAMPILLO


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