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Rafael Soto | La libertad estéril de una generación

Los militantes del Partido Popular tienen nuevo eslogan: “socialismo o libertad”. Es potente. Gusta incluso a la derecha “sin complejos”. Y surge unos días después de que la izquierda más irreflexiva haya apoyado los actos violentos de quienes afirmaban defender la libertad de expresión. Libertad al fin.


¡Hasta qué punto nos puede hacer perder la cabeza esa palabra suprema! Robert Graves lo refleja a la perfección en su novela histórica Claudio, el dios, y su esposa Mesalina. Cuando el emperador le pide explicaciones por su frustrada revuelta, Cayo Silio responde: “Mis planes eran vagos. Hablé de libertad con muchos de mis amigos y ya sabes cómo es eso, cuando uno habla de libertad todo parece maravillosamente sencillo. Uno espera que todas las puertas se abran y todos los muros se derrumben y todas las voces griten de alegría”.

¿No podemos identificarnos con estas palabras todos aquellos que participamos en las protestas de 2011 contra el bipartidismo, la corrupción y contra otras tantas cosas? Hay una extensa bibliografía que trata sobre este concepto. En lo que a mí respecta, solo he leído una reflexión sobre la libertad que me haya impresionado.

En Así habló Zarathustra, Friedrich Nietzsche nos habla de “El camino creador”. Este camino requiere una actitud, consecuencia de la reflexión. Así, reclama: “¿Eres alguien con derecho de escapar de algún yugo? Pues no faltan quienes perdieron su último valor al escapar de la servidumbre. ¿Libre de qué? ¡Qué importa eso a Zarathustra! Tus ojos deben decirme claramente: libre, ¿para qué?”.

Y es ahí donde encuentro el gran fracaso de mi generación y, en general, de la sociedad occidental actual. Los jóvenes nos levantamos contra un estado de cosas sin una actitud creadora. Hemos sido incapaces de proponer una realidad alternativa a aquella contra la que nos opusimos.

A diferencia de la sociedad de Posguerra, que buscó crear un mundo nuevo, nos hemos centrado en mantener y recuperar lo que teníamos antes de la crisis. Sí, es cierto. Las mujeres y el colectivo LGBTIQ+ han ganado en derechos y libertades, que no es poco.

Sin embargo, los pobres son más pobres y los ricos más ricos. Hemos analizado el capitalismo con la precisión de un microscopio de fuerza atómica, pero no hemos sido capaces de crear una alternativa viable al mismo.

Hemos apoyado nuevos partidos políticos, nuevos referentes e, incluso, la renovación de las viejas formaciones. Sin embargo, sus jugadas maestras, sus expertos en estrategia y sus juegos de comunicación política, cuando no institucional, no solo están lejos de configurar una ‘nueva política’, sino que nos han recordado a la vieja. Los principios lampedusianos siguen en pie.

La sociedad española no solo no es más democrática, sino que tiende cada vez más a los extremos autoritarios. Incluso hemos vivido persecuciones políticas civilizadas, como la que los pablistas llevaron a cabo contra los errejonistas en la Comunidad de Madrid. O menos civilizadas, como las que han llevado a cabo supremacistas catalanes en Cataluña contra los mal denominados ‘españolistas’.

El acceso a la vivienda sigue siendo una reivindicación vacía en los programas electorales. El último chiste de mal gusto del gobierno ‘progre’: incentivos que supuestamente ya existen para que los arrendadores bajen el precio de sus alquileres.

No hemos sido capaces de cambiar nada. ¿Para qué reivindicamos libertad? Hemos fallado porque no hemos sabido decir para qué queríamos esa libertad que tanto reivindicamos. Y por eso, ahora, no son pocos los que afirman que echan de menos la política aburrida.

¿Aceptamos la hipótesis del puñal en la espalda? ¿Podemos y Ciudadanos nos fallaron? ¿O acaso hemos sido nosotros los que hemos fracasado? Con mucha probabilidad, haya sido una combinación de todo.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO