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José Ángel Campillo | El día que las puertas del pósito volaron por los aires

Este es el grito que se escuchaba en nuestro país a comienzos del siglo XIX, concretamente durante el período conocido como el de la invasión francesa (1808-1812). Todo empezó con el motín popular del 2 de mayo de 1808 en Madrid, donde la población fue sometida a sangre y fuego. El 19 de noviembre de 1809, tras la derrota de Ocaña (Toledo) donde el General Soult (Duque de Dalmacia), al frente de un ejército formado por 40.000 infantes 6.000 soldados a caballo y una poderosa artillería derrotó al general Aréizaga  que comandaba un ejército de algo más de 50.000 soldados, dio comienzo la invasión de Andalucía.


Este hecho provoca, una semana después, la invasión casi sin resistencia de Jaén, Córdoba y Granada, por lo que la Junta Central de Sevilla toma la decisión de trasladarse a la isla de León (San Fernando). El 23 de enero de 1810 la Junta Central envió órdenes a Carmona para que se armasen las milicias del partido judicial. En estas órdenes se indica que, en el caso de llegar los “gabachos” a la provincia, los vecinos debían de esconder los ganados, víveres y armas y las joyas de las iglesias porque ya tenían referencias de cómo habían actuado en otros pueblos. Al parecer entraban saqueando y requisando todo lo que se les ponía por delante.  

A finales del mes de enero los franceses llegan a la ciudad de Carmona donde fueron recibidos y agasajados por las autoridades locales que no opusieron resistencia alguna, muy posiblemente era la manera de gozar del status y privilegios que hasta esos momentos había tenido. Frente a esta situación, hay que decir que muchos vecinos, temerosos, abandonaron sus casas y se establecieron en el campo, lejos de la ciudad. Ese mismo día las tropas francesas pasaron por El Viso y por Mairena camino de Alcalá de Guadaíra, estableciendo un acuartelamiento en la calle Ancha de Mairena del Alcor. 

El ejército francés se alimentaba de lo que iba encontrando en tierra conquistada, de ahí que constantemente estuviesen pidiendo cebada, paja, trigo, galletas… para el avituallamiento del ejército. Esta situación provocó la aparición de nuevos impuestos, de peticiones a los vecinos, de requisas y amenazas de distinto tipo a todo aquel que se negara a contribuir al abastecimiento del ejército. En este contexto hemos de entender la requisa de granos de los pósitos.

El pósito era el edificio que servía para guardar el trigo con una doble finalidad: para sementera y para vender a bajo precio a los panaderos, de esta manera los pobres podrían comprar a buen precio el que era considerado como alimento básico. El primer pósito de nuestro pueblo estuvo situado en la plaza Sacristán Guerrero, pero dado su mal estado y escasa capacidad, el Ayuntamiento decidió en 1757 construir uno de nueva fábrica. El lugar elegido fue la entrada de la calle Real, junto a lo que hoy es  plaza del Ayuntamiento, entonces plaza de Abajo. El nuevo Pósito, con una capacidad de 4.000 fanegas costó a las arcas municipales 20.000 reales. Estamos hablando de un edificio de buena factura que se construyó en cinco meses. En 1774, dado que el establecimiento quedaba pequeño, se llevó a cabo  una ampliación del mismo.

Nuestros antepasados, tal vez en un acto de rebeldía o de inconsciencia, “perdieron” las llaves del establecimiento (no tenemos constancia de las repercusiones que esto tuvo); lo cierto es que las puertas fueron abiertas a la fuerza, bastó un cañonazo para hacerse con el botín y amedrentar aún más a la población. Paralelamente a este hecho parte de su archivo fue incendiado. En esto último podemos presuponer que algunos listos aprovecharon la coyuntura para hacer desaparecer, curiosamente, documentos del momento, no los antiguos. Al desaparecer los libros donde se anotaban las deudas y deudores al pósito, una vez pasada la guerra y todo volvió a la normalidad, el Pósito, ante la falta de documentos, tuvo que  perdonar las deudas ante la imposibilidad de poder cobrarlas.

Sin duda alguna, la invasión provocó la aparición de historias más relacionadas con la leyenda que con la historia propiamente dicha. Una de estas historias hace referencia al hecho que más de un soldado transeúnte (hacía noche en la localidad y al día siguiente se marchaba) que tenían potestad para alojarse en casa de particulares, quiso mancillar el honor de una joven, por lo el padre de la misma, para guardar su honra y honor, le dio muerte y lo arrojó al pozo, lugar al que, a buen seguro, el enemigo no osaría buscar. Pero en este sentido estamos entrando en lo que hoy llamaríamos “leyenda urbana” pues estas historias se repiten, con matices, en muchos pueblos.



JOSÉ ÁNGEL CAMPILLO DE LOS SANTOS

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