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José Ángel Campillo | ¿Una norteamericana en El Viso en los años 30?

En la era de la información y de la comunicación, no nos extraña en absoluto el ir y venir de personas de un lugar a otro, por lo que la noticia de “una americana en El Viso del Alcor” pasaría completamente desapercibida.


Pero tenemos que trasladar esta noticia a los años 30 del pasado siglo, por lo que el contexto social, político, económico… era completamente distinto al actual. En estos años nuestro pueblo contaba con poco más de 9000 habitantes, y como hemos de suponer, era un pueblo atrasado y anquilosado en el tiempo. En esta coyuntura tan distinta a la actual, la visita de una señora, de origen americano  e investigadora, a buen seguro no pasó desapercibido en determinados círculos sociales. 

Este “extraño” personaje  era Ruth Walters Rogers (1897-1937), profesora de español de la Universidad Johns Hopkins, institución de carácter privado situada en la ciudad de Baltimore, en el estado de Maryland, llegó a nuestro pueblo buscando información y documentación sobre el poeta del Siglo de Oro Cristóbal de Mesa (1556- 1633), nacido en Fregenal de la Sierra, aunque vivió largo tiempo en la ciudad de Zafra, hasta tal punto que se daba por supuesto que era natural de esta última. 

Sabemos que Cristóbal de Mesa, además de vivir en Zafra,  inició sus estudios de derecho en Salamanca, aunque posiblemente no llegó a terminarlos y se trasladó a Sevilla, donde estudió la carrera eclesiástica llegando a ser capellán entre otros personajes del IV Conde del Castellar con quien viajó en 1587 a Nápoles, en aquellos entonces territorio bajo la corona española. Desde Nápoles, y bajo el mecenazgo del Duque de Feria, embajador ante la Santa Sede, regresando a España en 1592.

En el verano de 1934, buscando datos sobre el poeta, se personó en nuestro pueblo y tenemos constancia que se entrevistó con el cura párroco D. Primitivo Tarancón Gallo que le facilitó escasa o nula información al respecto, porque como es habitual nadie sabía quién era este personaje que a la postre fue capellán de don Fernando Arias de Saavedra, IV Conde del Castellar.

Esta relación entre el Conde y el poeta le hacía suponer a la investigadora que éste estaba enterrado en la capilla mayor de nuestra iglesia parroquial, aunque la documentación era errónea, pues es imposible que alguien ajeno a la familia del Conde estuviese enterrado en un lugar tan insigne. Por otra parte, tampoco pudo contemplar, como ella esperaba, la tumba del Conde al no quedar vestigios de la misma, aunque le constaba que existió.

Por otra parte, la tumba a la que se refiere la investigadora era la de Juan Arias de Saavedra, III Conde del Castellar (Circa 1515-1580), y que en 1581 don Fernando solicitó al Deán y Canónigo de la catedral, Alonso de Revenga, licencia para que se le otorgase escritura de patronazgo de la capilla mayor a favor de la casa de Castellar, con la facultad de colocar en dicha capilla sepulcro, tanto de sus ascendientes y descendientes, así como su escudo de armas; a cambio, don Fernando se comprometió a dar de renta anual 6.000 maravedíes sobre un horno, capilla y corral que tenía en la calle de Pedro Miguel Saucedo (calle del Horno Viejo, actualmente conocida como calle del Horno).

Don Fernando había solicitado  dicho patronazgo para cumplir las últimas voluntades de su padre que quería ser enterrado en la iglesia de El Viso por “la debossión que el Conde mi padre  tubo y  a la que yo tengo”. La capilla estaba inconclusa en 1581, por lo que los restos de don Juan de Saavedra, fallecido en 1580, tuvieron que esperar en San Martín de Sevilla hasta el 30 de abril de 1594, fecha en la que sus restos llegaron a la parroquia. Para dar testimonio de todo lo acontecido el escribano público levantó acta y recogió en la misma, entre otras cosas : “y en presencia de  mí se abrió una caja de madera que estaba forrada de lienzo encerado por la parte de afuera y dentro de ella estaba un cuerpo difunto amortajado con un abito con una cruz de lagarto del abito del señor Santiago y aunque el difunto estaba un poco denegrido resultó ser el Señor Conde don Juan, según afirmó su hijo y el cuerpo fue tornado a cubrir con la dicha caja y el dicho cuerpo fue enterrado en una sepultura que estaba hecha  en la dicha iglesia en la capilla mayor de ella, dentro en la dicha caja donde estaba y cubierto con tierra de todo lo cual doy fe”. Años después sería enterrada en la capilla mayor de la iglesia parroquial su esposa Ana de Zúñiga. A buen seguro que pudo contemplar, en la iglesia conventual, la tumba de D. Gaspar Juan Arias de Saavedra, V Conde del Castellar.

Volviendo a la profesora, tenemos que decir que ya en aquella época, pero en los Estados Unidos, era habitual que una mujer formase parte de un grupo de investigadores e investigadoras, en este caso tutelados por el profesor Henry Carrington, director del departamento de lenguas románicas de la universidad Johns Hopkins. Alternó como docente e investigadora, aprovechando los veranos para viajar y contactar con colegas españoles, es el caso de las visitas que llevó a cabo en 1930,1933 y 1934, visitas que aprovechó para consultar información y documentación sobre los estudios que estaba realizando. Paralelamente mantuvo contacto con la prestigiosa Residencia de Estudiantes y con el lexicógrafo Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), al que solicitó datos de Cristóbal de Mesa al considerarlo como la persona que más sabía sobre este personaje y sus contemporáneos. 

Regresó a su país el  8 de septiembre de 1934, en el vapor “El Havre” rumbo a New York. Llegó a Baltimore el día 20 y volvió inmediatamente a las clases. La profesora murió en 1937  a los 40 años, de ahí que no pudiera terminar su investigación sobre este personaje tan desconocido.


JOSÉ ÁNGEL CAMPILLO DE LOS SANTOS