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Remedios Fariñas | Amor por nuestros mayores

En el norte de Brasil existe un pueblo junto al río Amazonas. Se trata de una comunidad indígena establecida en un lugar de la selva, con una gran diversidad y enormemente preservado: el pueblo Zo'é. Son aproximadamente 325 habitantes que se encuentran dispersos en unos cincuenta poblados y se van trasladando de un lugar a otro a lo largo del año.


Frente a la pandemia de covid-19 adoptaron la siguiente fórmula: no se reunían y ni siquiera se cruzaban entre ellos. Y, por supuesto, tampoco podían tener contacto con los blancos. Los zo'és conocen una serie de senderos para evitar cruzarse entre sí. Ellos aprendieron, de generación en generación, que para combatir una pandemia la mejor táctica era no tener ningún contacto con nadie.

Con respecto a la vacunación, los equipos de salud consideraron inviable trasladarse a cada una de las aldeas pues, debido a las distancias, se tardaría mucho tiempo en poder vacunarlos a todos. Además, los equipos de protección eran demasiado pesados para caminar por la selva y necesitaban contar con algún guía que los acompañara.

La solución fue utilizar tres cabañas cercanas a la base médica y cada familia se fue trasladando y vacunando por separado. Cada habitante del poblado zo'és llegaba al sitio de vacunación sin cruzarse con los demás miembros del grupo.

En enero de 2021 le tocó el turno a Wahu y Tawy, padre e hijo. El padre apenas veía y tenía un problema crónico en el sistema urinario que le impedía caminar, con lo que le resultaba prácticamente imposible llegar al punto de vacunación por sí mismo. Tawy lo cargó en sus espaldas durante doce horas, seis para ir y otras seis para volver. Cuando lo volvió a cargar para regresar al poblado dijo que no podía tardar mucho en llegar pues tenía que hacerlo antes de que anocheciera.

Esta historia real es un ejemplo de amor y de responsabilidad hacia una comunidad. Es el cariño que se le tiene a los mayores en esas comunidades perdidas en la selva: el respeto a las personas que te lo han dado todo.

En esta comunidad indígena no existen asilos como aquellos donde murieron tantos abuelos en la primera ola de la maldita pandemia. Ellos no aparcan a sus padres para que no les estorben en su vida. No, los cargan en sus hombros durante horas y horas para que el ser que les ha dado la vida pueda seguir viviendo. Allí no hacen ningún tipo de triaje a ver a quién le corresponde vivir.

Este comportamiento cívico, este respeto a los demás para no contagiar, bien lo quisieran algunos a los que se les llama “civilizados”. Como muestra, vemos a uno de los tenistas más importantes del mundo que, según mi opinión, ha actuado frente a la posición de la vacuna con prepotencia e insolidaridad.

Djokovik se ha negado a ponerse la vacuna. Si se hubiese encerrado en su casa no sería ningún problema, pero no: se ha paseado por medio mundo y, además, sin la más mínima consideración hacia nadie, ha pretendido jugar el Open de Australia. Menos mal que las autoridades del país no se lo han permitido.

Parecería ser que la “civilización” hace a las personas individualistas e insolidarias, pero no, es el capitalismo el que hace que cada ser mire solo hacia su propio ombligo, que no piense en el que tiene a su lado. En las grandes urbes no se sabe quién es el vecino. Y entonces, para qué molestarse en tomar precauciones.

Sin embargo, en estas pequeñas tribus, la comuna es muy importante pues la supervivencia depende de todos y de cada uno de ellos. Pero, desde luego, la dignidad del ser humano no se mide por las cosas materiales que posea, sino por su amor y por el respeto a sí mismos y a su prójimo.

Sin duda, este indígena tiene toda la dignidad que le falta a gran parte de ese mundo “capitalista-civilizado” y, por supuesto, tiene toda mi admiración.

REMEDIOS FARIÑAS