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José Ángel Campillo | El Señor de El Viso y el Señor de la Misericordia

El pasado 6 de febrero, Nuestro Padre Jesús Nazareno, el “Señor de El Viso” recibió de manos del Señor Alcalde las llaves de la localidad. Sin duda alguna fue un acto que, junto a la posterior procesión del Señor por las calles de nuestro pueblo, quedará en los anales de la historia de nuestro pueblo.


Con este artículo quiero rememorar otro acontecimiento que recogió en un escrito, hace más de noventa años,  Rafael de los Santos Falcón. En este caso, el pueblo de El Viso rindió homenaje al Señor de la Misericordia, imagen muy vinculada a la Hermandad Nazarena, pues no podemos olvidar que hasta 1670, fecha en la que fue sustituido por el Nazareno de Cansino,  fue su imagen titular.

El Señor de la Misericordia, el que veíamos en la penumbra del convento cuando, al salir del colegio, nos colábamos a pies juntillas, como a escondidas para que no nos descubrieran. Cuando llegábamos a su altar, nos llamaba poderosamente la atención su cabellera, de pelo natural, y su paño de pureza de tela. Esto no era lo habitual en el resto de los crucificados.

El Cristo fue calificado muy acertadamente en  un artículo de la revista Amigos de El Viso como “el primer visueños” (Manuel Antonio Moreno de los Santos), es una imagen de las que en el argot artístico se denomina “de papelón”, no es por tanto una imagen tallada y posteriormente encarnada, sino que está hecha a base de telas y papel encolado, por lo que podemos hablar de imágenes en serie, dado que se hacían gracias a un molde, esto permitió, por ejemplo, que la Condesa del Castellar doña Beatriz Ramírez de Mendoza regalase otro igual a los frailes de la Almoraima, imagen muy venerada en Castellar de la Frontera.

No nos ha de extrañar este tipo de imágenes seriadas, entre otras cosas porque resultaban más baratas que las talladas. En el caso de Sevilla podemos hacer mención, a modo de ejemplo, al  Cristo de la Expiración (1575) de la Hermandad del Museo, obra de Marcos Cabrera que, según la leyenda, su autor arrojó al Guadalquivir el molde para que no se pudieran hacer otras, de esta manera la imagen sería  única.

Y si el Cristo de la Exaltación está envuelta en la leyenda, el nuestro también cuenta con la suya, que a buen seguro cuenta con distintas y variadas versiones como suele ocurrir en estos casos. La que yo conozco viene a contar, a groso modo, que el Crucificado, una vez que llegó el Nazareno, fue depositado en los altos del convento hasta que se tomó la decisión, por parte de los frailes, que eran sus propietarios, de venderlo. Pero el día que vinieron a recogerlo no pudieron sacarlo por la puerta porque la cruz crecía desmesuradamente, por lo que desistieron y lo colocaron en un altar.

Pero retrocedamos en el tiempo, concretamente al día 3 de marzo de 1931, fecha en la que los agricultores, desesperados ante la pertinaz sequía (la que padecemos en la actualidad) sacaron a la venerada imagen en una procesión de rogativas y el Señor hizo que la lluvia cayese abundantemente en nuestros campos. Esto hizo que un mes después, el 4 de abril (Sábado Santo) el pueblo de El Viso le rindiera un homenaje que fue concienzudamente preparado.

A las 8 de la tarde, el Señor fue trasladado en un paso desde la iglesia conventual hasta la iglesia parroquial por los jóvenes que previamente se habían inscrito. Podemos imaginarnos la comitiva de hombres y mujeres alumbrando delante del paso. Tras el mismo, las autoridades, la banda municipal y el pueblo que inundaba la plaza y las calles adyacentes; era tanto el público que, conscientes de la poca capacidad de la parroquia, la autoridad municipal prohibió la entrada al templo a los jóvenes menores de 20 años y a las jóvenes menores de 18.

El paso, una vez dentro de la parroquia, fue conducido hasta el presbiterio y colocado delante del altar mayor, donde se rezaron distintas oraciones y se celebró la eucaristía que fue amenizada por un coro de jóvenes dirigido por el tenor de la catedral de Sevilla don José Moreno Melendro.

Tras la solemne función, el paso salió de la parroquia y bajó  hasta la plaza, que entonces se llamaba Cardenal Spínola y que era más pequeña que la actual, pues donde está hoy la cruz de los caídos estaba la casa de “los sardinas”. Cuando el  paso fue arriado delante de la fachada de la casa palacio de los Condes del Castellar, justo delante de su puerta principal, se procedió a bajar al crucificado del mismo y fue colocado en un dosel que para tal efecto se había preparado. En este momento fue expuesto en devoto besapies.

Una vez terminado el acto, el Crucificado fue conducido a la iglesia conventual y depositado en su altar. Al día siguiente, domingo de Resurrección, la Junta Organizadora del acto, repartió “a los pobres una abundante limosna de pan” cuyo coste ascendió a 300 pesetas. De la recaudación obtenida en la mesa petitoria que se colocó se recaudaron 120 pesetas que sirvieron para colocar los días 15, 16 y 17 del mes de abril el suelo que tuvo el convento hasta su última restauración. El mismo estaba conformado a base de losas blancas y negras de cemento. También se arregló el altar del Señor y se colocó, para amortiguar la humedad, un zócalo, no muy estético, de corcho


JOSÉ ÁNGEL CAMPILLO DE LOS SANTOS
FOTOGRAFÍA: HERMANDAD DE NUESTRO PADRE JESÚS