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Marco Antonio Campillo | La casa de don Sixto: reflejos de una época dorada

La casa de la calle Real, número 57, es un buen ejemplo de las mansiones de la rica burguesía visueña de tiempos pretéritos.

Fue construida en torno a 1904, tal como indica el bello cancel de la entrada, que aparece rotulado por las siglas S.J.L., es decir, Sixto Jiménez León.

Efectivamente, don Sixto era miembro de la élite local, gran propietario y un influyente abogado. Como curiosidad, llegó a ser Alcalde de El Viso del Alcor de forma interina, desde el 26 de abril de 1894 hasta el 11 de mayo del mismo año. Además, aparece en varias listas del Censo electoral de compromisarios para senadores, como el quinto mayor contribuyente de la localidad a finales del siglo XIX, únicamente superado por Salustiano Jiménez Cadenas, Antonio López Vergara, Juan Ramón León Sánchez y Gil Jiménez León.

La fachada, como podemos observar, es sobria, donde podemos saborear el néctar del clasicismo,  predominando las líneas rectas y la simetría. La puerta está situada en la parte central, aunque no destaca como una portada monumental de otras casas del XVIII. Cuatro sobrias  ventanas, ligeramente arqueadas, integradas en la fachada y que no arrancan del suelo, la flanquean, dos a cada lado, sobre un paramento ligeramente almohadillado. Sobre ellas, se alzan cinco elegantes balcones, estando acristalados los de las esquinas. El conjunto es rematado por una cornisa con ménsulas y jarrones que desafían la cúpula celeste.

Tras cruzar el zaguán, cuyo techo está decorado con elementos geométricos de rica policromía, y el exquisito cancel, que sustituye, como rasgo de la modernidad industrial, a los tradicionales portones de madera, entramos en el salón principal de la casa, donde el agua de la clepsidra parece haberse detenido. 

Las mecedoras guardan secretos de tiempos pasados, rodeadas de un mobiliario realizado por manos expertas y exquisitas, siendo flanqueadas por un precioso alicatado geométrico, dando el espejo una imagen de mayor profundidad.

El piano, de líneas elegantes, nos traslada a largas veladas musicales, donde se reuniría la flor y nata de la aristocracia visueña.

Sobre el techo, cabalga la estructura de las vigas de hierro, toda una novedad en el corazón de Los Alcores a principios del siglo pasado, y una lámpara de seis brazos.


Rápidamente, desde el salón principal, podemos acceder al despacho de don Sixto, donde parece escucharse todavía el trazado de la pluma sobre un mar de papel.


De nuevo en el salón, podemos tomar el aire en el patio, cruzando un arco de medio punto peraltado, flanqueado arcos de herradura de menor porte. La arcada parece decorada con paños de sebka, de inspiración giraldiana y neomudéjar, y por una cristalera multicolor de líneas geométricas, y coronadas por estrellas de seis puntas, que llena el salón de luces caleidoscópicas.



El patio, de forma cuadrada, y alineado con la calle, es un placer para los sentidos, contrastando el blanco de los muros con el color azulado del alicatado, bajo el susurro de agua de una espectacular fuente poligonal. Podemos adentrarnos en las arenas del tiempo e imaginarnos a los señores de la casa tomando el fresco, sentados en elegantes asientos de mimbre, en una noche de luna llena, mientras las criadas les traían el aperitivo, bajo la protección de un azulejo de la Inmaculada Concepción.




 

Otras dependencias importantes de la casa era el comedor, con un bello brasero para calentar las frías noches de invierno, la cocina, el patio trasero con las pilas o el cuarto de baño (todo un lujo en esta época), de mayores dimensiones que muchos pisos actuales. En la planta baja, también están las dependencias anexas del servicio (como curiosidad todavía se conservan los timbres para requerir su pronta presencia).


Las dimensiones de la casa son enormes en la planta baja y, además, se dobla en el piso superior, por el que podemos acceder subiendo una escalera, de dos tramos, que parece flotar en el aire. Todo el que sube al “cielo”, recibe la protección de un cuadro de buena factura de la Inmaculada concepción, posiblemente del siglo XVIII.




En las habitaciones del piso superior, el tiempo parece haberse detenido. También encontramos otros salones y espacio para granero y otras dependencias menores.

En definitiva, una maravilla de casa, que pude saborear sorbo a sorbo, gracias a las gestiones de mi amiga, Rosario Jiménez, y a la amabilidad de don Salvador Sánchez-Barbudo. Un Patrimonio, por tanto, que debe ser restaurado, conservado y donado a las generaciones venideras. 

MARCO ANTONIO CAMPILLO


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