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Moi Palmero | Invernaderos nada sostenibles

Empiezo mal, pero no se preocupen: es solo una opinión y es fácil de desmontar con la cantidad de estudios parciales que el sector ha realizado y publicitado en los últimos años para intentar venderle a los consumidores europeos que no tienen nada por lo que preocuparse, que los osos polares no sufrirán por comprar nuestros tomates.


No pasa nada, no somos sostenibles. ¿Qué industria lo es? Ninguna y, menos, en este mundo globalizado. Pero, ahora, en plena emergencia climática, es lo que toca vender. El greenwashing es la moda y hasta las gasolinas son ahora verdes y, los móviles, el culmen de la sostenibilidad porque le han quitado un par de envoltorios a las cajas.

Si me meto en este berenjenal es a raíz de las noticias generadas tras las imágenes que publicó la NASA sobre nuestro mar de plástico, donde se hace eco –después de alabar la transformación en unas pocas décadas de nuestro territorio y economía– del estudio de la Universidad de Almería en el que se afirma que, gracias al albedo solar, la comarca se ha calentado menos que en otras zonas. Espero que no lo copien como estrategia y forren el planeta.

Lo curioso del texto que acompaña la foto es la palabra “probablemente”, supongo que porque el periodista científico de la NASA no lo tiene muy claro o porque sabe que es una verdad a medias. No pongo en duda el estudio –quizás ese dato sea cierto– pero tanto como para afirmar que Almería, gracias a sus plásticos, es la zona que más frena el cambio climático, es ser demasiado osado. Para saber cuál es el grado de sostenibilidad de nuestra agricultura, habría que calcular la huella de carbono total, no solo de las partes en las que sale en verde.

En mi opinión, el concepto de invernadero ya es insostenible en sí porque, antes de empezar a producir, hemos de arrasar con toda la biodiversidad de la zona. Aquí hemos destrozado 26.000 hectáreas de un ecosistema único: los artales. Pero desde que el Homo Sapiens se hizo agricultor ha sido así, no es que nosotros seamos peores. Había que hacerlo: había necesidades.

Como era un terreno poco propicio para la agricultura, tuvimos que crear un suelo artificial, extrayendo millones de toneladas de arena de otros muchos ecosistemas que también deterioramos y que han creado algunos grandes impactos que también irán en el apartado del déficit.

Pero relacionar los problemas que tenemos en las costas del poniente con las dunas que destrozamos de nuestras playas, o las inundaciones de Las Norias con la arena extraída de la Balsa del Sapo, a lo mejor es hilar muy fino. No quedaba otra: había que sacar esto adelante.

Por supuesto, luego habría que sumar la huella de la creación de los plásticos que usamos, desde que los producimos hasta que los cambiamos, incluyendo los problemas ambientales de los que se convierten en basura (no en residuo) y de los que nadie se preocupa.

Es cierto, ya se recicla un 95 por ciento, y se trabaja para que sea un 100 por cien, que vuelva al sistema, que dure más. También se vigila a los incívicos. Pero mientras lo conseguimos, el dióxido de carbono sigue aumentando. Un mal menor.

También nos gusta recalcar, a base de estudios y técnicas varias, que somos un gran sumidero de carbono, que nuestros cultivos actúan como la selva amazónica, pero sabemos que no es del todo cierto porque cada seis meses arrancamos las plantas y volvemos a liberar el gas que provoca el efecto invernadero. Seguro que haciendo bien las cuentas, nos quedamos en números rojos.

Según la Mesa del Agua, nos hacen falta 180 hectómetros cúbicos para paliar el déficit hídrico de la provincia. Agua que habría que desalar del mar y que aumentará la huella por el gasto energético, sin contar los problemas ambientales que hemos causado por la sobreexplotación y abandono de los acuíferos. Sin problema: seguimos construyendo invernaderos.

Si sumamos el transporte por Europa de nuestros productos, las 7.500 toneladas de CO2 que se emiten cuando tiramos el 30 por ciento de la producción, los restos vegetales, o la elaboración de pesticidas y los impactos generados, la huella sigue marcando en rojo.

Créanme cuando les digo que no es mi afán ir contra mi pueblo o mis vecinos, al decir estas cosas. Me siento orgulloso de ser de donde soy, de lo que se ha construido en Almería, de cómo los agricultores se han ido adaptando a las exigencias, los grandes avances que han conseguido y en los que se sigue trabajando para minimizar los impactos. Pero, por ahora, nuestros invernaderos no son sostenibles, ni lo serán nunca, por mucho que nos empeñemos en decirlo. Pero no pasa nada: el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

MOI PALMERO