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Marco Antonio Campillo | Redescubriendo Tartessos en La Tablá

La reciente noticia del hallazgo de los restos de cinco relieves antropomorfos del siglo V a. C. en el yacimiento de Casas del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz), ha vuelto a poner el foco de la noticia en la civilización tartésica, tan denostada en los últimos años en favor de las tesis que defienden una colonización y conquista fenicias que borran todo rastro de las culturas anteriores. La importancia del hallazgo reside en que estos rostros humanos, si son realmente representaciones de dioses, suponen un cambio de paradigma en la interpretación de la civilización tartésica, considerada anicónica por representar la divinidad a través de piedras sagradas y de motivos animales o vegetales.


El espacio físico ocupado por el actual Viso del Alcor estuvo dominado, a vista de pájaro, por una ciudad en el yacimiento de la Tablá, construida, tal como afirmó Bonsor, sobre terrazas artificiales sostenidas por bancadas de rocas. Además, estaba defendida por una colosal muralla de mampostería en talud y perfil zigzagueante. Este emplazamiento pudo adquirir su fisonomía urbana y sus primeras defensas pétreas de forma simultánea a la construcción de las murallas de Carmona, Gandul o a la “elevación artificial” de la Motilla, es decir, sobre el siglo VIII a. C. La anchura de los muros era de 2,20 m. (cuatro codos fenicios) y su altura pudo alcanzar los 5 m. Uno de ellos parece continuar en el borde del actual recinto ferial, lo que deja entrever que la muralla se prolongaba por el perímetro de la Tablada Baja. Otros elementos defensivos los encontramos en lo que pudo ser la entrada al recinto fortificado, un amplio espacio en forma de V (visible detrás de la caseta La Guardería y las colindantes), flanqueado por dos elevaciones artificiales del terreno o bastiones defensivos. El acceso a la misma se realizaría mediante una rampa, de unos 11,5 m. de anchura. La ciudad, además, estaba defendida por murallas de casamatas (lateral que mira hacia el Parque de la Muela), es decir, con una estructura compartimentada y conformada por dos muros paralelos separados varios metros y unidos por muretes transversales para dotar al conjunto de una mayor resistencia. ¡Qué espectáculo, amigos lectores, sería divisar desde sus imponentes cinco metros de altura la fértil campiña, las sierras que se pierden en el horizonte y el lago ligustino! ¡Qué cerquita teníamos el mar, bordeado por las elevaciones amesetadas de Los Alcores y el Aljarafe!

Los colonos procedentes del Mediterráneo Oriental trajeron a estas tierras importantes novedades: el alfabeto, el torno cerámica, nuevos usos y ritos funerarios, los hornos de tiro vertical, la técnica de injertar el acebuche, la gallina, sus costumbres y creencias religiosas,…Las cabañas circulares se convirtieron en casas de planta rectangular, construidas al modo fenicio, perfectamente compartimentada en habitaciones destinadas a los distintos usos que una sociedad más compleja requería (mercaderes, campesinos, artesanos, sacerdotisas, soldados o reyezuelos), y  se organizaron con un esquema urbanístico planificado.

La magnitud de la ciudad tartésica se contempla, sin lugar a dudas, por la dimensión colosal de sus necrópolis o “ciudades de los muertos”. Bonsor fue el primer investigador, concretamente en 1922, que consideró tartésicas las necrópolis de Los Alcores. Según Fernando Amores, Jorge Maier y otros historiadores, esta urbe contó con dos espacios funerarios asociados, la necrópolis de Santa Lucía y la del Raso del Chiroli, situadas al norte y sur respectivamente de la Tablada. 

La necrópolis de Santa Lucía estaba situada en el Olivar de los Toruños, donde los rayos solares se resisten a ser abrazados por el manto de la oscuridad. A este respecto, Bonsor indica que “entre Mairena y El Viso del Alcor, muy cerca de la Ermita de Santa Lucía se encuentra un grupo importante de monumentos funerarios compuesto por catorce motillas cuyas alturas oscilan entre 1.50 m. y 6 metros”. Sobre la meseta elevada al oeste de La Tablada, entre los términos municipales de El Viso y Mairena del Alcor, la arqueóloga, Elisabeth Collins, halló diversos fragmentos de cerámica orientalizante (platos y urnas con engobe rojo), coetáneas a la necrópolis. Por otro lado, Juan Antonio Martínez localizó varios túmulos (al menos tres) en una parcela de Mairena.  localizada a 600 m al noroeste de la localización antes mencionada. Pues bien, en dicho lugar sagrado había túmulos funerarios (unos 17 para Carlos Cañal y 14 para Bonsor), de incineración e inhumación. Cañal describe otra sepultura de inhumación, posiblemente más arcaica, algo más alejada, con restos de un hombre tendido y la cabeza sobre una piedra circular. 

Jorge Bonsor excavó un solo túmulo, aunque con anterioridad el propietario del terreno, Elías Méndez, había explorado varios enterramientos de inhumación análogos a los de Bencarrón. El arqueólogo anglo-francés excavó un túmulo de 2,35 m de altura entre los años 1893 y 1894, con una fosa de incineración de 80 cm de profundidad, repleta de cenizas. El ajuar lo componía un pequeño bote de marfil, cuatro peines y tres placas de marfil decoradas con frisos de animales, palmeras y flores de loto; dos conchas grabadas; y un huevo de avestruz con los bordes dentados y decorados con líneas rectas y zig-zag grabadas y pintadas en rojo ¿Qué hacían elementos exóticos como marfiles o huevos de avestruz en el corazón de Los Alcores? Sin duda, llegaron a estos lares a través del comercio auspicio por la élite social de la Tablá o producto del asentamiento de artesanos fenicios. De este extraordinario ajuar aristocrático se conservan únicamente una serie de pequeños fragmentos en la Hispanic Society of America de Nueva York. 

En el mundo fenicio-púnico, el huevo de avestruz tiene carácter sagrado y representa el recipiente, decorado ritualmente, en el que se encuentra encerrado el hálito vital, necesario para que los muertos vuelvan a la vida. Estos huevos exóticos son frecuentes en Los Alcores (Acebuchal, Santa Marina, Puerto del Judío o la Necrópolis de la Cruz del Negro).

El marfil intensamente pulido recuerda la seductora delicadeza al tacto de la carne humana (Barnett) y conforma un símbolo de la extrema riqueza de los altos dignatarios de las necrópolis de Bencarrón, Santa Lucia, Alcantarilla, Cruz del Negro y Acebuchal.

Según la docta opinión de María Eugenia Aubet, el pequeño lote de marfiles de Santa Lucía destaca, en comparación con los demás marfiles de los Alcores, por su extraordinaria calidad en el tratamiento y decoración de las piezas. De este magnífico ajuar se conserva únicamente una serie de fragmentos, que no se llegaron a publicar hasta 1928. Con tales minúsculas piezas de este puzzle, la arqueóloga antes mencionada considera imposible reconstruir una caja de marfil o tres paletas cosméticas caladas, tal como describe Bonsor en 1899. Por otra parte, duda de la existencia de conchas grabadas, pues los restos existentes son de marfil.  En base a la forma y técnica decorativa, divide este conjunto de pequeños fragmentos en cuatro grupos diferentes de marfiles: 

I. Píxides (cajas pequeñas) de forma cilíndrica con escenas grabadas de enfrentamientos entre grifos (animal mitológico con cuerpo de león y cabeza de ave) y cabras o gacelas, en las cuales el artesano ha cuidado sumamente los detalles en la configuración de la musculatura, cuello y rasgos de la cabeza de los ungulados. Una de las cabras inclina la cabeza hacia el suelo y por entre las patas emerge un capullo de loto esquematizado.

II. Placas con decoración incisa que representan escenas de cabras rodeadas de flores de loto (muy abundantes en Egipto), grifos o esfinges (interpretadas según los cánones de la escuela fenicio-siria tomando como base el modelo egipcio) y caballos. En un fragmento de placa se contempla la garra de un felino, quizás un león o un grifo. Este conjunto tiene grandes semejanzas con las piezas de Acebuchal.

III. Fragmentos de peines con decoración incisa geométrica.

IV. Placas caladas en bajorrelieve con escenas diversas: flores de loto, grifos atacados por felinos (posiblemente leones), una figura humana masculina que viste una túnica corta o faldellín egiptizante (se conserva el fragmento de la parte inferior del cuerpo) Estos trozos son muy semejantes a los ejemplares más completos de Acebuchal y Alcantarilla, teniendo analogías con la Cruz del Negro y Cancho Roano. También se conserva un fragmento de una cuchara, calada y decorada en bajorrelieve, de la que se conserva la parte inferior de una pequeña esfinge sentada, ejecutada con gran minuciosidad. Es una pieza única en el conjunto de marfiles andaluces, especialmente por la postura del animal, sentado y con las patas delanteras extendidas, el uso del faldellín, el pectoral y el peinado hathórico (Blanco Freijeiro), así como por la extraordinaria calidad técnica que empleó un artesano de influencias sirias. Estas pequeñas cucharas eran utilizadas para diluir cosméticos, remover ofrendas o para verter sal.

Jorge Bonsor consideró a los marfiles de los Alcores de origen fenicio y los dató hacia el 700 a. C. Blanco Freijeiro data las piezas de Santa Lucía y Acebuchal en torno al 700-650 a. C. considerándolas obra de artesanos fenicios instalados en Tartessos, huidos de la ciudad fenicia de Tiro tras la ocupación asiria. En cambio, las hipótesis más recientes de B. Freyer-Schauenburg, W. Schüle o María Eugenia Aubet consideran las piezas de Los Alcores y de Samos como obras de un taller «fenicio occidental» del siglo VI a. C.

El arqueólogo anglo-francés excavó un segundo túmulo, de 5,60 metros de altura, hallando una fosa de pira funeraria de grandes dimensiones, pero no encontró restos valiosos al haber sido previamente saqueada. 

Otra necrópolis tradicionalmente asociada a la Tablá es la del Raso del Chiroli (Amores, Maier, Sánchez Andreu,...)  Bonsor la sitúa a la izquierda de la carretera que comunica El Viso del Alcor con Carmona, a la altura del Km. 517 (Barrio de Las Anchoas) En dicho espacio sagrado, el gran arqueólogo encontró, en 1909, siete colinas tumulares de pequeño tamaño, aunque sólo recoge noticias de tres. La ausencia de ajuar es completa, y sólo se encontró el ánfora utilizada como cobertura en el túmulo A. Este recipiente tiene una cronología amplia, del VII al V a. C., según Pellicer. Las piras se levantaron directamente sobre el suelo, con escasa preparación previa, siendo, pues, muy diferentes a las de Santa Lucía y más semejantes a la de Alcaudete, por lo que sería necesario un estudio más detallado para asociarla, o no, a la Tablá.

Por otra parte, Jorge Bonsor señala la ubicación de cuatro túmulos en el Campo del Calero y Olivar de Don Marcelino Calvo (situados entre los actuales pagos de San Francisco y El Ventorrillo, según el estudio de mi admirado amigo, Juan Antonio Martínez) ¿Puede tratarse de otra necrópolis de la Tablada Tartésica? 

En definitiva, todos los indicios señalan que la Tablá fue una ciudad importante en época fenicia-tartésica y turdetano-cartaginesa, es decir, entre los siglos VIII y III a.C, prolongándose, posiblemente, hasta la época republicana romana (s. II-I a.C.), constituyendo un yacimiento arqueológico de primer orden que merecería, sin duda, un estudio científico, una férrea protección y su puesta en valor. La materialización de este sueño supondría convertirla en una de las señas de identidad de El Viso, así como en un reclamo para el turismo cultural, que traería riqueza a nuestro pueblo y crearía puestos de trabajo en un sector endógeno. El Viso lleva dos mil años dándole la espalda a la Tablá, por lo que ya es el momento (llegando las autoridades locales a un acuerdo generoso con sus propietarios) de que los visueños descubran los secretos que encierra en sus entrañas ¿Es una quimera? “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar” (Eduardo Galeano).


MARCO ANTONIO CAMPILLO

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