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José Ángel Campillo | El Santo Crucificado del Amor

“Cuando llegaron al lugar llamado ``La Calavera", crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda” (Lucas 23,33). La Semana Santa, la del 2020, sin duda alguna, será recordada como una de las más atípicas de su dilatada historia que se remonta allá a finales del siglo XVI.



Inmersos en ese ambiente de música cofrade, de incienso, de sentimientos que afloran a flor de piel, me gustaría hacer referencia a la Cofradía del Santo Crucificado, ya extinta y fundada en Sevilla, pero que, por avatares de la historia, vinculada, de alguna manera con nuestra localidad y con una de sus Hermandades: la de los Dolores.

Esta Hermandad, fundada en 1922, acordó en Junta de Gobierno celebrada en 1944, adquirir la imagen de un crucificado que tendría la advocación del Amor, de ahí que pasara a llamarse Hermandad del Santísimo Cristo del Amor, Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora de los Dolores. La imagen del nuevo crucificado, dada la precaria situación económica de la corporación, fue la de un crucificado en pasta madera, procedente de Olot, pero dado que no gustó fue devuelto y se cambió por un yacente. No fue hasta 1960 cuando la Hermandad tiene conocimiento de la existencia de un crucificado en la Capilla de la Santa Espina de la Iglesia de San Martín, perteneciente a la feligresía de San Andrés, en Sevilla.

La imagen hizo su primera estación de penitencia en la Semana Santa de 1961, coincidiendo con el XXV aniversario de la salvación de la Virgen. Estamos ante un crucificado, atribuido, entre otros, por el profesor Bernales Ballesteros, a uno de los insignes imagineros de la escuela sevillana: Juan Bautista Vázquez “el Viejo”.

Pero retrocedamos en el tiempo para buscar su origen al sevillano convento de frailes dominicos de Regina Angelorum, donde en 1555 se estableció “la Imperial Cofradía del Santo Crucificado y Purísima Concepción de Nuestra Señora”. Se trataba de una cofradía fundada a raíz de la Real Provisión dada por el Emperador Carlos en la ciudad de Granada el 6 de octubre de 1526; la finalidad de ésta no era otra que propagar una Bula General promulgada por el Pontífice Alejandro VI por la que se concedía indulgencia plenaria a todos aquellos cofrades y cofradías que adoptasen esta advocación. Las primeras reglas de esta corporación se redactarán y ratificaran el 25 de julio de 1549, por lo que podemos pensar que su fundación corre cercana a estos años, aunque no tenemos constancia del templo en que se estableció originariamente ni cuando se acordó su cambio al convento dominico.

Estamos ante una Cofradía que comenzó siendo de luz y de sangre (disciplinantes que se flagelaban), circunstancia que no nos ha de extrañar porque en el siglo XVI se ha producido el cisma, la escisión del mundo cristiano, y el orbe católico se encuentra inmerso en lo que se ha denominado Contrarreforma. Ahora serán los postulados del Concilio de Trento (1545-1563) los que dirijan los destinos de la Iglesia; en Trento se hará referencia explícita a la difusión de la Fe y de la Piedad a través de las imágenes, de ahí que la Semana Santa que hoy conocemos, comience a dar sus primeros pasos.

Así en una capilla del referido convento de dominicos estableció su sede la Cofradía concepcionista, y para ello se comprometió a pagar un tributo anual de 1879 maravedíes; se trataba de una capilla situada debajo del Coro alto destacando por su suntuosidad a lo largo del siglo XVII, el de su máximo apogeo, al incorporarse a la misma gran cantidad de caballeros que rendían culto a la imagen de la Virgen, a la par que la enriquecían con todo tipo de legados (joyas, tierras, etc.).

El Jueves Santo, por la noche, la Cofradía hacía su estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral, acompañada de disciplinantes y de nazarenos de luz, a lo largo de todo el XVII, mientras que en el XVIII, al igual que otras muchas, entró en decadencia hasta desaparición a comienzos del XIX, coincidiendo con la invasión francesa en 1810, momento en el que se vio obligada a abandonar el Convento de Regina Angelorum que fue convertido en cuartel. Ante este contratiempo se trasladará a la Iglesia de San Martín (muy vinculada en el pasado con los Arias de Saavedra). Una vez las imágenes llegaron al nuevo templo, Nuestra Señora de la Concepción fue colocada en el altar del Sagrario mientras que, el crucificado en la capilla de la Santa Espina.

Sin duda alguna la situación política, el escaso número de hermanos que tenía, la situación económica del país, hizo que la Imperial Cofradía del Santo Crucificado y Purísima Concepción de Nuestra Señora, se agregase a la Sacramental de San Martín, hecho que fue refrendado en escritura pública que se firmó ante notario el 27 de julio de 1815. En este documento, según se refiere en una pequeña reseña, además de las imágenes se entregaron otros enseres. Sin duda alguna un documento interesante que nos hubiera servido para conocer algo más de esta extinta Cofradía, pero desgraciadamente, a pesar de ser de comienzos del XIX, la escritura no está en el Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla, fuente inagotable de información para conocer la historia de nuestras Hermandades y Cofradías.

Centrándonos en la imagen del crucificado, hay que decir que su altura es de 1,65 metros de finales del XVI y atribuida, como hemos dicho a Vázquez el Viejo. Esta imagen, a lo largo de su dilatada historia ha sufrido distintas restauraciones:

- Gutiérrez Cano a mediados del siglo XIX.

- Manuel Domínguez, en 1960.

- Francisco Peláez del Espino, en 1970, tras el accidente que sufrió.

- Escamilla, en 1991.

- Gutiérrez Carrasquilla, en 2004.

Cada viernes Santo, esta imagen acompañada de Nuestra Señora de los Dolores, hace estación de penitencia al Calvario, donde podemos encontrar un humilladero, muy posiblemente del siglo XVIII que sustituye a otro de mayor antigüedad. La cruz, de hierro forjado, aparece sobre un trozo de fuste de columna de mármol de castañuela, del siglo XVII, y ésta aparece embutida en una estructura circular hecha a base de ladrillos y aspecto bulboso en la parte superior.

 Este es el fin del Vía Crucis que hubo en nuestro pueblo y del que únicamente tenemos constancia de la existente en la entrada de la calle Calvario, esquina con calle Carmona. Al igual que esta hubo otras, es el caso de la hubo en los aledaños de la fuente del Concejo, muy posiblemente la que se mencionan en las Ordenanzas Municipales como la situada en “la puerta de Bartholomé de León questa a la bajada de la iglesia mayor viendo pasar , empidiendo el paso a las mujeres que van e salen de las dichas iglesias de que resulta muchos incombinientes”. Ante este hecho se prohíbe que “ningun hombre de cualquier estado y condición que sea de aquí adelante se pare en los dichos sitios a conversación ni por otros respetos a los tiempos del entrar y salir de las dichas iglesias”.

JOSÉ ÁNGEL CAMPILLO
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