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José Ángel Campillo | La capilla bautismal de la Iglesia Parroquial de Santa María del Alcor

La iglesia parroquial de Santa María del Alcor, templo que fue remozado en la segunda mitad del siglo XVIII posee una capilla bautismal, un pequeño espacio poco conocido que actualmente alberga las imágenes de la Hermandad de la Piedad. Esta capilla, como consecuencia del cambio del ritual del bautismo, ha dejado de tener funcionalidad al trasladarse el bautismo al presbiterio, lugar en el que actualmente encontramos una bella pila bautismal.



El bautismo, en el ritual cristiano, es el primer sacramento, el que purifica y borra “el pecado original” de ahí la importancia de las aguas del bautismo. Gracias al bautismo, el neófito recibía su “nombre de pila”, y era inscrito en el libro de bautismo, cumpliéndose de esta manera una función de carácter administrativo. Por este motivo la capilla bautismal está en los pies del templo y lo más cercana posible a una de las puertas. Es tal la animadversión a que un no bautizado entre en el templo, que en el caso de Italia, el baptisterio o capilla del bautismo se sitúa frente a una de las puertas del templo.

La capilla bautismal de nuestra parroquia, situada a los pies de la nave lateral del Evangelio, es de reducidas dimensiones y como marcan los cánones está separada del resto del templo por un cancel de madera de barrotes abalaustrados. El cancel, bien de hierro o de madera (lo más normal al ser más barato) era un elemento obligatorio que servía para protegerla de cualquier profanación, siendo el encargado de la custodia de sus llaves.

El elemento central de la capilla es la pila bautismal, además de otros elementos auxiliares como las denominadas “tacas”, unas pequeñas alacenas que servían para guardar elementos propios del bautismo. Inicialmente las pilas bautismales eran de terracota, por lo general vidriadas, pero a partir del siglo XVI se van a sustituir paulatinamente por otras de piedra, que le daban mayor dignidad. Así, el nuevo Rituale Romanum establecía que la pila bautismal tenía que estar hecha con materiales más dignos y sólidos que el barro, de ahí que éstas debían de romperse y enterrase. Este es el requerimiento que le hace el visitador del arzobispado al párroco de nuestra parroquia en 1692, que se resistía al cambio, de ahí que, cansado de los continuos requerimientos, le da como plazo seis meses para colocar una de piedra, y si en este plazo no cumplía con el requerimiento, la pila debía de ser destruida y enterrada, por lo que no podría bautizar a nadie, a la par que sería excomulgado, lo que demuestra, de alguna manera, el hartazgo del visitador ante la falta de cumplimiento del párroco. Lo mismo se ordenó en Mairena del Alcor el referido año, pero no con tanta contundencia en el requerimiento, lo que demuestra, de alguna manera, que el cura atendió sin poner muchos inconvenientes, lo que se le pedía.

El cuidado y la higiene del agua de la pila era fundamental, teniendo en cuenta que se trataba de “agua bendita” que era consagrada una vez al año, el Sábado Santo y tenía que permanecer en buen estado hasta su renovación al año siguiente. Este hecho de preservar su perdurabilidad hacía que la pila tuviese su tapa con sus correspondientes cerraduras, impidiéndose de esta manera que el agua se ensuciara o se evaporase. Por otra parte, el agua que se derramaba sobre la cabeza del neófito, no podía revertir a la pila porque podría arrastrar inmundicias y suciedad, la pila, en su interior, tenía un pequeño habitáculo que servía para recoger este agua que no podía revertir, bajo ningún concepto, a la pila.

Otro elemento importante al que ya hemos hecho mención anteriormente, es la taca. Se trata de una pequeña alacena en la que se colocaban distintas piezas de ajuar relacionadas con el bautismo, tales como la concha que servía para verter el agua, el saleo o las crismeras, o los propios libros de bautismo donde el cura asentaba al recién bautizado.

Por lo que respecta a la autoría de la magnífica pila bautismal que tenemos en nuestra parroquia, concretamente en el presbiterio, aunque no tenemos constancia cierta de su autoría, podemos presuponer, si utilizamos el método comparativo, que fue el moronés Antonio Martínez, autor de la de San Pedro de Carmona que es muy similar, tanto en el color como en la morfología.

JOSÉ ÁNGEL CAMPILLO