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José Ángel Campillo | Criptas y enterramientos en El Viso del Alcor

En el Antiguo Régimen, la muerte, también diferenciaba; así, mientras que los ricos eran enterrados en los templos, los pobres lo eran en los alrededores de una iglesia o de una ermita, es el caso de nuestro pueblo con el cementerio que había en la ermita de San Sebastián y en el que junto a la parroquial servía para dar cristiana sepultura a los más pobres, porque lo que unía a pobres y a ricos era “el bien morir”. Lo que asustaba no era la muerte, sino la mala muerte, de ahí las constantes misas y mandas testamentarias que los más pudientes dejaban en sus testamentos. A modo de ejemplo, el emperador Carlos V dejó encargadas 3000 misas por el descanso de su alma. Las familias más ricas se aseguraban un lugar de enterramiento permanente dentro de los templos, más si la sepultura se hacía en una capilla propia construida a sus expensas. 



Esto les garantizaba un enterramiento permanente. No obstante la legislación empezó a prohibir los enterramientos dentro de los templos a finales del XVIII, pero no se generaliza y se hace obligatorio hasta los años treinta del siglo XIX. Estas capillas privadas eran dotadas de magnífico retablo y adornadas con las imágenes devocionales y particulares de la familia. En el suelo, por regla general, una gran losa permitía acceder a la cripta, un espacio abovedado de una determinada altura donde eran depositados los cadáveres. 

Este hecho tiene una lectura sociológica, pues es una manera de reflejar el status social y económico más allá de la muerte. Cuando hablamos de criptas en nuestro pueblo, a todo el mundo le viene a la memoria la que hay bajo el presbiterio de la iglesia conventual del Corpus Christi. Dicho espacio estaba reservado para los fundadores, es decir los mecenas y para los frailes de la comunidad mercedaria, lo que no quita que, junto a los distintos altares del templo, fuesen enterrados aquellas personas que, previo pago, así lo solicitaran, tal y como se refleja en las distintas mandas testamentarias que podemos encontrar en los archivos. Es el caso, por ejemplo de los enterramientos que se producen en el del Dulce Nombre de Jesús o en el del Cristo de la Vera Cruz. En la cripta del convento fue enterrado en “olor de santidad”, tal y como lo refiere el erudito Ortiz de Zúñiga, el V Conde del Castellar don Gaspar Juan Arias de Saavedra, que murió en la ciudad de Sevilla y fue trasladado al convento de El Viso donde se “le hicieron suntuosas exequias”. 

Acto seguido fue depositado en la referida cripta donde permaneció dos años. Teniendo en cuenta la humedad y las filtraciones de agua que, desde la fuente llegaban al lugar, doña Beatriz Ramírez de Mendoza mandó colocar su cadáver en la pared del lado del Evangelio y mandó colocar un epitafio que lo recordase para la eternidad. Sin duda alguna, esta lauda sepulcral siempre ha llamado la atención a toda aquella persona que, por primera vez, ha entrado en la iglesia conventual. Aunque estamos ante la cripta más conocida desde siempre, hay que decir que no es la única, pues en la parroquia hay y hubo algunas que reflejan el status social de las familias. 

La primera de ellas, posiblemente la más antigua, la encontremos en la capilla que actualmente es conocida como de Nuestra Señora de los Dolores, aunque su primer nombre, a finales del siglo XVI fue el de Nuestra Señora de la Concepción. Esta capilla fue financiada por Francisco Martín Muñoz y su esposa Teresa González, propietarios de tierras de labor y de olivar, de una tienda en la plaza pública del pueblo, tratantes de esclavos… Estamos ante personas de una gran fortuna que, como hombres y mujeres del Renacimiento, quisieron que su nombre y memoria perviviesen en la Historia más allá de su muerte. Esto motivó la financiación del retablo de la Inmaculada y la construcción de una cripta en dicha capilla. En el siglo XVIII otra familia se hizo cargo de esta capilla y, por lo tanto, de la cripta. Otra de las criptas de las que tenemos referencia es la situada en la capilla que fue de Nuestra Señora del Rosario, actualmente del Corazón de Jesús. 

Esta capilla, coronada con bóveda baída data, muy posiblemente de las reformas llevadas a cabo en 1730, fecha en la que se nos indica que el mayordomo de la hermandad del Rosario, José de los Reyes, había perdido el juicio y era poseedor del dinero que se había recaudado tras la celebración de “una fiesta de toros con el objeto de recaudar fondos para labrar una capilla” que debía estar terminada en 1749, fecha en la que se redacta el testamento del Escribano Sebastián Jiménez Huertas. 

El mismo escribano pone de manifiesto que su última voluntad es que su cuerpo “sea sepultado en la iglesia parroquial de Nuestra Señora Santa María de los Alcores de esta villa en sepultura adentro de la Capilla de Nuestra Señora del Rosario la que a mi cuidado y parte de mis caudales labré en la dicha iglesia a donde se han enterrado las personas de mi familia”. En esta capilla había un retablo en color madera, con los adornos dorados, de estilo plateresco. En el centro, en una urna de cristal se encontraba la imagen de la Virgen, de candelero y a los lados las imágenes de San Sebastián y San Juan Bautista. Otro de los enterramientos dignos de mencionar es el que se llevó a cabo en la capilla del presbiterio de la iglesia parroquial, bajo el patronazgo de los Condes del Castellar, que la dotaron de retablo y terminaron su construcción, lo que permitió abrirla al público. En referencia al presbiterio, tenemos que decir que en el año 1581, concretamente el 1 de enero, el Deán y Canónigo de la catedral, Alonso de Revenga, concedió licencia al mayordomo de la iglesia de El Viso, Antón Gallego, para otorgar escritura de patronazgo de la capilla mayor a favor de los Condes del Castellar. 

El 2 de mayo del mismo año, Antón Gallego, por el poder que le había concedido el Deán y Cabildo de Sevilla, como presbítero de la parroquia de El Viso, hace donación al Conde del Castellar de la Capilla Mayor, para que en ella pusiera sepulcro, tanto él como sus ascendientes y descendientes. De esta manera, los señores de la villa, se convertían en Patronos de la capilla mayor. Don Fernando había solicitado dicho patronazgo para cumplir las últimas voluntades de su padre que quería ser enterrado en la iglesia de El Viso por “la debossión que el Conde mi padre tubo y a la que yo tengo”. El maestro mayor de fábricas, Pedro Díaz de Palacios, tasó en 6000 maravedíes anuales la renta y limosna de la referida capilla que aún permanecía inconclusa, pues entre otras argumentaciones para la concesión se nos dice que la capilla quedaría “abierta para que de ella se pueda servir el pueblo comúnmente excepto de que no haya sepulturas dentro de la dicha capilla de buen retablo y de buenos ornamentos”. Aunque el Señorío no edificó la capilla a su costa, tenemos constancia de que aportó rentas para ello. Todo esto tal vez se hizo pensando en una posterior utilización como enterramiento, tal y como ocurrió años después. Así el 30 de abril de 1594 llegaron los restos de Juan de Saavedra. 

Para dar testimonio de todo lo acontecido el escribano público levantó acta y recogió en la misma, entre otras cosas : “y en presencia de mí se abrió una caja de madera que estaba forrada de lienzo encerado por la parte de afuera y dentro de ella estaba un cuerpo difunto amortajado con un abito con una cruz de lagarto del abito del señor Santiago y aunque el difunto estaba un poco denegrido resultó ser el Señor Conde don Juan, según afirmó su hijo y el cuerpo fue tornado a cubrir con la dicha caja y el dicho cuerpo fue enterrado en una sepultura que estaba hecha en la dicha iglesia en la capilla mayor de ella, dentro en la dicha caja donde estaba y cubierto con tierra de todo lo cual doy fe”. 

Su esposa, Ana de Zúñiga también fue enterrada en El Viso. Algunos años después el Conde Gaspar Juan afirmó que “ la condesa Doña Ana de Zúñiga, mi señora y abuela, que esté en el cielo, mandó en su testamento una cruz de plata dorada para que se pusiese sobre su tumba en la Iglesia Parroquial de El Viso, donde está enterrada. Y porque desde que su señoría murió hasta ahora ha estado en poder de diversos vecinos de la dicha villa y ha sido mucho no perderse”. Don Juan quiso ser enterrado en el presbiterio para que el cura, durante la misa, pisara su cuerpo, al igual que lo pidió el emperador Carlos V en Yuste.

JOSÉ ÁNGEL CAMPILLO
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