Ir al contenido principal

Cesáreo de los Santos | ¡Marea!, ¡Marea!

- !Marea!, ¡marea!

Gritaba uno de los jornaleros que sesteaba junto a otros jornaleros en el sombrajo de la era. Los vientos suaves llegados de la mar refrescaban un poco la tórrida tarde. Había pasado poco tiempo del ligero almuerzo a base de un sopeao con agua fresca del pozo, aceite, vinagre, sal y unos cuantos “tropezones” de pan, cebolla, huevo duro, tomate y pimiento. El Sol había pasado por lo más alto pero sus rayos seguían siendo implacables. Sombreros de paja, pañuelos anudados en el cuello, camisa de algodón de manga larga pingueando del sudor, pantalones de raya con algunos remiendos resguardados por los “estrolis” (especie de zajón de lona) y unas alpargatas de esparto. Rostros morenos cuarteados de tanto sol y tanto frío.


- !Marea!, ¡marea!

Repetían casi todos encaminándose a la parva que habían trillado con las bestias. Con sus "biergos" y palas de madera aventaban lanzando el grano y la paja al aire para que el viento los separara. No importaba la hora, ni el calor, ni la flama.

- !Marea!, ¡marea!

Con lo poquito que ganaban se lo llevaban a sus mujeres para que ella y sus hijos pudieran echarse un pequeño puñado a la boca. Que sus hijos asistieran a la escuela para aprender a leer, a escribir y las cuatro reglas y el niño después se fuera de aprendiz a algún taller y tener un oficio o que la niña se fuera con una costurera y aprendiera a coser. 

- !Marea!, ¡marea!

Gente joven que había vivido la guerra, en los dos bandos. Quizá era un solo bando. Sí, en uno, en el bando de la mentira, de la escasez, del hambre, de las cartillas de racionamiento, de las persecuciones, del miedo, del tifus, de la tuberculosis. Pelillos a la mar. Jornaleros de ambos lados de las trincheras que tras la guerra perdonaron, charlaron juntos en los bancos de la plaza y al sol en las esquinas, jugaron al dominó en el bar y ahora los poquitos que quedan reflejan pesar en sus profundas miradas, asomando lágrimas furtivas viendo como “algunos” siembran la semilla del rencor y el odio en los corazones de los más jóvenes. 

- !Marea!, ¡marea! 

 Esperaban los vientos y siempre los aprovechaban. Muchos de ellos se fueron a la construcción, a las fábricas, al transporte… Levantaron el país con tesón, esfuerzo y trabajo duro.

- !Marea!, ¡marea! 

Se jubilaron. No tuvieron escuela pero tuvieron derecho a los asilos o a vivir en sus casas, casi siempre más solitos que la una. El viento de la ingratitud se llevó el cariño de los suyos. Se les racionó el tiempo de estar con sus nietos e incluso de no verlos. Algunos de estos jóvenes cuando los han visto era para ningunearlos, hablarles sin respeto, reírse de sus limitaciones o en el peor de los casos para sacarles sus ahorros que los niñatos de m. lo despilfarran en alcohol y drogas.

- !Marea!, ¡marea!

El aventado de nuestros mayores se llevó la dictadura, la injusticia, la escasez. Con su sudor y su sangre dejaron un estado de derecho, una educación respetable y una sanidad de las mejores del mundo que cuando se colapsa, como en el caso de la actual pandemia, los deja en el furgón de cola, a los poquitos que quedan, abandonados a su suerte.  

- !Marea!, ¡marea!

Que estas palabras mías, que se las llevará el viento, sirvan como efímero homenaje a los antiguos jornaleros de mi pueblo. ¡Cuánto habéis dado a cambio de tan poco!
© 2020 El Viso Digital · Quiénes somos · montilladigital@gmail.com

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx.