Ir al contenido principal

Cesáreo de los Santos | Los últimos molineros de Alcaudete

Empezó el declive de los molinos de agua de Alcaudete con la llegada del primer molino con motor eléctrico a El Viso a la Panificadora, casa de Milagros Jiménez López, calle Real con puerta trasera a la calle Los Cerros. Fue el año 1929, el año de la Exposición Iberoamericana de Sevilla. En 1940 se hizo cargo su hijastro Alfonso Jiménez que lo modernizó y lo estuvo explotando, curiosamente, hasta 1992 año de la EXPO DE SEVILLA. Después de este primer molino eléctrico vinieron otros como el de Polonio (Apolonio Castro) en la calle El Conde, el de Joselito Serapio en la calle Sevilla o el de Eduardo Chochales y Vicente “el Rasco” en los Corrales que desplazaron por completo, dado su rapidez y economía, a los históricos de agua. 



Los Molinos de Alcaudete están en ruinas y se encuentran en el paraje dónde vamos de romería los visueños. Son 4 y datan del siglo XVIII. Mandados a construir por una rica familia de Carmona, los Ponce de León. Era costumbre cederlos en arrendamiento. Es muy probable que estén asentados sobre molinos antiguos árabes y estos a su vez sobre otros romanos. Por su cercanía han estado siempre ligados a nuestro pueblo.


El primer molino tiene por nombre San Miguel, antes había sido denominado San José, su último arrendatario fue el visueño Antonio Ruiz López “Pajuán” que tenía la casa en El Viso en la esquina de la calle el Horno-Los Cerros. Tenía tres piedras. 


Al lado de este primer molino se encuentra la ermita. Su construcción data de los primeros años de la reconquista de Los Alcores por parte de Fernando III en 1246.  Dentro del Señorío de Carmona que donó el rey a su segunda esposa Juana de Ponthieu destacaban estas tierras fértiles con su mina de agua. Probablemente la reina encargara su construcción. Durante algún tiempo la ermita fue la casa del guarda del cortijo. 


En el verano de 1986 tuve la oportunidad de entablar amistad con Felipe Blázquez, el dueño del cortijo, de las minas de agua y de los tres primeros molinos en aquella época. Hombre muy culto, había sido almirante de la Armada y gustaba de la conversación en sus paseos matinales por los alrededores del cortijo. En una ocasión me pidió opinión sobre la idea que tenía de donar el segundo y el tercer molino a la Hermandad de la Patrona. Le contesté que pasaría a la Historia de El Viso. Su hijo Diego y algunos nietos lo forzaron para que la cesión fuera temporal y sólo del primer molino. Su idea en un principio era la donación. Hacía un año que fueron al cortijo el cura don Nicasio Jiménez, su sobrino Nica que era el hermano mayor de la Hermandad y Antonio Sánchez “el Primi” a solicitarle una tierra en la ladera adyacente a los molinos para ir de romería.




El último molinero del segundo molino denominado de Santa Bárbara fue José Ruiz López “el Cojo”, hermano del “Pajuán”. Con dos piedras. José tenía como todos los molineros sus bestias (borricos o mulos), sus gallinas, una o dos cabras, algún que otro pavo, sus perros para alertar de las visitas y sus gatos para mantener a raya a los ratones que roían los sacos y las “jardas” de trigo o de molienda. La década de los 40, en plena posguerra fue una época de sequías, persecusiones, enfermedades y hambre, demasiada hambre. Por suerte para nuestros molineros, todos los molinos tenían su pequeño huerto que aprovechaba el agua que discurría por la atarjea procedente de la mina. Eran muchos los indigentes y personas necesitadas que rebuscaban por los baldíos campos: frutos, raíces, leña para hacer cisco o lo que fuera. Cuando no encontraban nada se acercaban a los molinos a pedir algo de comida. Las molineras intentaban socorrer a estas personas hambrientas normalmente con un puñado de harina o con pan porque disponían de  pequeños hornos clandestinos. Diferente era el caso cuando se presentaban familias de gitanos con sus carros y sus bestias ofreciendo cambiar, comprar o vender ganado o pelar algún borrico o mulo.


Ese día guardaban en el interior del molino todas las gallinas, cabras, ovejas y otros animales. Avisaban al resto de molineros para que estuvieran alerta. También tenían todos los años la visita de una familia murciana que venía a Los Alcores a recolectar tomillo para hacer aceite esencial. Gran regocijo era para los hijos de los molineros y otros niños de las chozas y ranchos cercanos que obtenían algunas pesetas a cambio de los manojos recolectados por ellos del abundante tomillo que se cría en esta zona.


.



Manolo Oliva Moreno, suegro de Antonio Hernández “Talento el constructor” fue el último arrendatario del tercer molino o el de San Nicolás cuando dejó de mover sus 2 piedras. Le  había pasado el arrendamiento su madre Concepción Moreno García que lo estuvo explotando desde últimos del XIX. Se llevaba, como el resto de molinos, todo el día y toda la noche moliendo, sólo se paraba cada tres días para picar las piedras y hacer más rentable la molienda. Encima de las piedras se encontraba la tolva a la que cargaban hasta arriba de grano tardando varias horas en completar la faena.


Delante de la puerta del molino y debajo del emparrado dejaban los pelentrines y agricultores el trigo para normalmente recoger la harina al día siguiente. A veces se saltaba el turno cuando el que venía era de los campos más alejados de Arahal, Paradas o Marchena y se le hacía la molienda de corrido. El pago normalmente era a maquila. Dejaban una cantidad de grano a cambio de la molienda. En los años de la “jambre”, prácticamente toda la década de los cuarenta, casi todo el trigo era de estraperlo. Lo escondían los pelentrines o agricultores porque el Estado requisaba casi todo el grano para auxilio social. Me dijo un molinero que a ellos también se lo requisaban y que lo tenían que guardar en los colchones de las camas y algunos costales en medio del pajar. Para evitar problemas la mujer del molinero le hacía un pollo guisado a las autoridades civiles y militares de alta graduación del Régimen cuando visitaban los molinos en las épocas de cacería. Otras veces el que se llevaba algún regalo era el inspector encargado de hacer el seguimiento de las moliendas. 




En el cuarto molino denominado San Antonio el último que molió fue Francisco “el Veri”, hermano de Manolo Oliva y también le pasó el arrendamiento su madre. De 2 piedras, tenía la particularidad que adosada en la parte derecha estaba la casa de campo de su hermana Concha casada con Francisco Rico Rueda “el Nene” que tenía tierras arrendadas por la zona. Al lado de la casa tenía la era y las chozas para el ganado. Cuando salía el agua de los dos cárcavos entraban en el último tramo de la atarjea que llevaba el agua al pilar donde abrevaban los rebaños de cabras y ovejas, las bestias de los pelentrines que iban de paso o se acercaban a moler el trigo. El pilar era un hervidero de gente que venían de las chozas, ranchos y cortijos de media Vega de Carmona para cargar  sus cántaros y sus pipas de agua dulce y fina, al contrario que las aguas de los pozos  de la vega que son duras y salobres. Al lado del pilar tenía un sombrajo convertido en cantina y pinichi el Canasto dónde servía vino, cerveza, aguardiente y algo de comida a los que pasaban por la transitada vereda, venían a moler o a por agua al pilar. Un poco más abajo la choza del Ratón.



Tanto el pilar como la parte entre la ermita y la carretera tenían una zona grande de descanso de la vereda en la que tenían sembrados los molineros álamos y chopos cuyos troncos utilizaban para frenar las vueltas del rodezno cuando tomaba mucha velocidad con el agua. También utilizaban estos palos para hacer sombrajos, corrales o chozas para su ganado. Más tarde tanto las áreas de descanso como gran parte de la vereda se sembraron de eucaliptos. El cañón de la mina terminaba en la zona llamada “el Arca del Agua” que la comunicaba con la atarjea que llevaba el agua a los cuatros molinos para terminar en el pilar que rebosaba dando lugar al arroyo Alcaudete conocido por la gente del lugar como “la Corriente” que desemboca en “el Salao” que lleva sus aguas al Guadaíra y éste al Guadalquivir.

Todos los años los 4 molineros y algunos de sus hijos se reunían para limpiar las atarjeas y las minas. En cada incursión alumbrados con candiles de carburos descubrían objetos como escudillas, peroles, herramientas perdidas o abandonadas en la construcción de los más de 7000 pasos que tiene la mina. La altura del cañon es algo más de la de una persona de pie. Los molineros sentían en sus pies el zigzageo de las abundantes anguilas que nadaban en las aguas de la mina. Muchas de estas anguilas pasaban a la atarjea, provocando la parada del molino cuando entraban en el saetín o en sus artilugios móviles. Era costumbre pescarlas y hacerlas rodajas para freirlas o para los guisos de papas.



En la primera mitad del siglo pasado los molinos, la atarjea y la mina eran de María Manuela de Solis y Demaissieres hija del noble caballero de la Real Maestranza de Sevilla, Pedro de Solis y Lasso de la Vega y de la marquesa de Valencina, Matilde Demaisieres y Farina. Esta señora tenía muy buena relación con los molineros que todas las navidades la agasajaban con bizcochos de cacerola, tortas de manteca y tortas de aceite. En Semana Santa le preparaban bizcochos de papel, torrijas y pestiños. Pero había un dulce que destacaba sobre los demás y le encantaba a doña María Manuela... las rositas de miel, el molde para hacerlas lo conserva José Manuel “Talento” nieto de Manolo el del tercer molino. Los últimos años consideraba los dulces como pago del arrendamiento.  En estas circunstancias decidió vender los molinos a sus arrendatarios a muy bajo precio en 1944. Con la fuerte competencia de los molinos eléctricos tuvieron que cerrar sus puertas, uno tras otros, a principios de los 50. Los tres primeros se lo vendieron a Felipe Blázquez dueño del cortijo Alcaudete en 1954, al que principalmente le interesaba el dominio del agua, el primero y el segundo por 40000 pesetas y el tercero que aguantó un poco más por 55000 pesetas.






El Pajuán puso una tienda en la calle los Cerros (la Pajuana), José Ruiz “el cojo” con dos hijos y Francisco “el Veri” con sus ocho hijos tuvieron que emigrar a Sevilla. Manolo Oliva, con dos hijas se vino a El Viso a la calle Los Cerros y estuvo ocupando su tiempo en el olivar que tenía en la Romerita.  Hoy esos tres primeros molinos pertenecen a un grupo inversor que es el nuevo dueño del cortijo. El cuarto molino que es el mejor conservado pertenece a la familia Rico Oliva a la cual le debo mucha de la información de este artículo, sobre todo a Manuel que a sus 84 años mantiene vivos muchos recuerdos de su vida en el molino. Su padre Francisco Rico Rueda que tenía su casa de campo adosada a las paredes del molino se lo compró a su cuñado Francisco “el Veri”. Se conserva bien la sala molinera, uno de los aposentos, el cubo, la atarjea, los dos cárcavos, uno de ellos mantiene el saetín que conducía el agua al rodezno y la salida del agua a la atarjea del pilar. 



Como vemos los molinos y las tierras de Alcaudete han estado ligadas íntimamente a El Viso. Tuvo el Ayuntamiento de nuestro pueblo la oportunidad de ser el propietario del cortijo  cuando su propietario Agustín Armero, arruinado en los años treinta del siglo pasado se lo ofreció al Ayuntamiento con tal de que se hiciera cargo de sus deudas ya que todos sus trabajadores eran visueños. Los molinos, la atarjea, la zona de descanso de arriba y los aledaños del pilar se encuentran en la vereda de Alcaudete. Terrenos de dominio público. Insto a nuestro ayuntamiento que solicite donde corresponda el usufructo de los molinos con los terrenos circundantes incluidas las tres lagunas y hacer un lugar digno para nuestra Romería visto los impedimentos para llevar el agua a los terrenos que tiene el ayuntamiento en el Camino del Moscoso. En este nuevo tiempo de pandemia y de “lo que venga” necesitamos estos dos grandes espacios para esparcimiento de la población. “Camarón que se duerme se lo lleva la corriente”.



CESÁREO DE LOS SANTOS

© 2020 El Viso Digital · Quiénes somos · montilladigital@gmail.com

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx.