En aquella choza de en medio de la alameda no había lujos destacables,
pero dígase ser cierto que tampoco necesidades. Eran varios los hermanos de las
más diversas edades, pero solo tres las alumnas que asistían a las clases del
maestro. Ezequiel era su nombre y por cobijo y alimento impartía sus clases,
por dormitorio el granero y por aula una mesa pelada de estropajo y ceniza bajo
los rayos del sol. La madre de las pequeñas aumentaba su prestación lavando las
ropas del mismo.
Escritura, lectura, matemáticas y lecciones de vida, las
piezas esenciales de una educación auténtica. Unas niñas felices que aprendían
de su padres y maestro los valores y principios que han fraguado una historia.
Era un viernes del mes de junio cuando se acercaban las
vacaciones y Ezequiel deseó amenizar con un cuento que se titulaba “PELUSA PELUSITA”
y ante los ojos expectantes de sus discípulas dijo así:
- - Érase
una vez una niña rubia, con preciosos ojos azules, de cara rosada y sonrisa
eterna. Afortunada por su belleza, por su simpatía, por su inteligencia y
facultades, y por haber nacido en el seno de una familia con posibles.
-Un día nuestra protagonista estaba
jugando con sus amigas cuando una de ellas sacó un trozo de pan y deseó aquel
trozo de pan dorado en lugar del bocadillo con chocolate que tenía en su
zurrón.
-Jugando a la picarona, otra amiga
empezó a repasar con una tiza decadente con más pintadas que cuerpo y ella la
prefirió a su caja de multicolores aún por estrenar.
-Cuando volvían a casa tras dar por
finalizada la tarde de juegos, ella deseó que aquella choza junto al río donde
vivían sus amigas hubiese sido la suya en lugar del cortijo señorial al que
tenía que volver.
Una vez entró en el patio central,
dejando atrás el portón, encontró a su abuelo y sin demora preguntó:
-
¿Abuelo
por qué siempre quiero lo que tienen los demás?
-
¿Por
qué no me alegro plenamente por lo bueno que les ocurre?
-
Yo
quiero alegrarme, intento transmitirlo, pero en lo más hondo tengo una cosita
que me lo impide porque yo lo querría para mí.
-
¿Qué
me pasa abuelo?
El abuelo que sabía bien de su mal siguió atento a sus
explicaciones y finalmente replicó:
Abuelo- ¿Tú te entristeces por lo que tienen otros?
Nieta-No abuelo, eso no.
Abuelo- ¿Te sientes mal por acordarte de ellos?
Nieta-No abuelo eso no.
Abuelo- ¿Deseas su mal?
Nieta- No abuelo eso no.
Abuelo- Un alivio mi niña porque entonces estaríamos hablando
de una enfermedad de difícil cura, y aunque a veces los daños que ocasiona
perjudica a los demás, el más perjudicado es quien la sufre.
Niña- ¡Abuelo menos mal que no la tengo! ¿Y que me pasa
entonces a mí?
Abuelo- Lo que tú padeces se llama PELUSA, PELUSITA.
Niña- ¿Siiiiiiiiii? ¿Y qué debo hacer para sanar?
Abuelo- Pues bien fácil, la cura está en tu mano:
- - Una
buena dosis de generosidad, valorar lo que tienes, sea lo que sea, y lo que
eres.
- -Doblar
las cucharadas de alegría por todo lo bueno que le ocurra a los demás.
- - Ejercitar
tu corazón hasta que sea grande, muy grande.
- -Alimentar
sanamente tus intenciones.
- -Andar
mucho hasta conseguir tus propias metas.
Nieta- Gracias Abuelo eres el mejor y desde hoy empezaré a
cuidarme y dentro de nada habré sanado de esta PELUSA, PELUSITA.
Ezequiel dio por terminado su cuento y con él su clase
magistral y de forma inmediata las niñas salieron corriendo para preguntar a su
madre si ellas habían pasado aquella dolencia recién conocida.
Para su tranquilidad ellas no habían tenido dicho mal,
estaban inmunizadas de la misma porque la vacunación educacional recibida las
había protegido de por vida.
Y colorín colorado este cuento NO SE HA ACABADO.