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María José Cortés | Pelusa, pelusita

En aquella choza de en medio de la alameda no había lujos destacables, pero dígase ser cierto que tampoco necesidades. Eran varios los hermanos de las más diversas edades, pero solo tres las alumnas que asistían a las clases del maestro. Ezequiel era su nombre y por cobijo y alimento impartía sus clases, por dormitorio el granero y por aula una mesa pelada de estropajo y ceniza bajo los rayos del sol. La madre de las pequeñas aumentaba su prestación lavando las ropas del mismo.



Escritura, lectura, matemáticas y lecciones de vida, las piezas esenciales de una educación auténtica. Unas niñas felices que aprendían de su padres y maestro los valores y principios que han fraguado una historia.

Era un viernes del mes de junio cuando se acercaban las vacaciones y Ezequiel deseó amenizar con un cuento que se titulaba “PELUSA PELUSITA” y ante los ojos expectantes de sus discípulas dijo así:

-        - Érase una vez una niña rubia, con preciosos ojos azules, de cara rosada y sonrisa eterna. Afortunada por su belleza, por su simpatía, por su inteligencia y facultades, y por haber nacido en el seno de una familia con posibles.

-Un día nuestra protagonista estaba jugando con sus amigas cuando una de ellas sacó un trozo de pan y deseó aquel trozo de pan dorado en lugar del bocadillo con chocolate que tenía en su zurrón.

-Jugando a la picarona, otra amiga empezó a repasar con una tiza decadente con más pintadas que cuerpo y ella la prefirió a su caja de multicolores aún por estrenar.

-Cuando volvían a casa tras dar por finalizada la tarde de juegos, ella deseó que aquella choza junto al río donde vivían sus amigas hubiese sido la suya en lugar del cortijo señorial al que tenía que volver.

Una vez entró en el patio central, dejando atrás el portón, encontró a su abuelo y sin demora preguntó:

-         ¿Abuelo por qué siempre quiero lo que tienen los demás?

-         ¿Por qué no me alegro plenamente por lo bueno que les ocurre?

-         Yo quiero alegrarme, intento transmitirlo, pero en lo más hondo tengo una cosita que me lo impide porque yo lo querría para mí.

-         ¿Qué me pasa abuelo?

El abuelo que sabía bien de su mal siguió atento a sus explicaciones y finalmente replicó:

Abuelo- ¿Tú te entristeces por lo que tienen otros?

Nieta-No abuelo, eso no.

Abuelo- ¿Te sientes mal por acordarte de ellos?

Nieta-No abuelo eso no.

Abuelo- ¿Deseas su mal?

Nieta- No abuelo eso no.

Abuelo- Un alivio mi niña porque entonces estaríamos hablando de una enfermedad de difícil cura, y aunque a veces los daños que ocasiona perjudica a los demás, el más perjudicado es quien la sufre.

Niña- ¡Abuelo menos mal que no la tengo! ¿Y que me pasa entonces a mí?

Abuelo- Lo que tú padeces se llama PELUSA, PELUSITA.

Niña- ¿Siiiiiiiiii? ¿Y qué debo hacer para sanar?

Abuelo- Pues bien fácil, la cura está en tu mano:

-        - Una buena dosis de generosidad, valorar lo que tienes, sea lo que sea, y lo que eres.

-         -Doblar las cucharadas de alegría por todo lo bueno que le ocurra a los demás.

-       -  Ejercitar tu corazón hasta que sea grande, muy grande.

-         -Alimentar sanamente tus intenciones.

-         -Andar mucho hasta conseguir tus propias metas.

Nieta- Gracias Abuelo eres el mejor y desde hoy empezaré a cuidarme y dentro de nada habré sanado de esta PELUSA, PELUSITA.

Ezequiel dio por terminado su cuento y con él su clase magistral y de forma inmediata las niñas salieron corriendo para preguntar a su madre si ellas habían pasado aquella dolencia recién conocida.

Para su tranquilidad ellas no habían tenido dicho mal, estaban inmunizadas de la misma porque la vacunación educacional recibida las había protegido de por vida.

Y colorín colorado este cuento NO SE HA ACABADO.


MARÍA JOSÉ CORTÉS

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