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Marco Antonio Campillo | Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Señor de El Viso

La luz venció a las tinieblas el Viernes Santo de 1670, tiñendo de color anaranjado la fértil vega. 
El trajín era intenso en las calles sinuosas y torcidas por lo barrancoso del terreno, a pesar de que estaba amaneciendo. El blanco inmaculado de las encaladas casas de humilde edificio era enriquecido por el verdor de vides y olivos, por la fragancia de frutales refrescados por fuentes de agua de mucho regalo y por el resplandor áureo de los trigales.
La muchedumbre se arremolinó en la Plaza Mayor, frente a la mansión palaciega de la señora territorial y jurisdiccional de la villa, doña Teresa María Arias de Saavedra Pardo Tavera y Ulloa, Séptima Condesa del Castellar, y junto al Convento del Corpus Christi, edificio religioso rectangular de buenas hechuras, situado entre el Palacio y la pequeña huerta de la citada casa conventual, coronado por una bella espadaña que rasgaba el manto azul del cielo. La expectación era intensa por ver a la nueva imagen de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que sustituía como titular al Señor de la Misericordia, regalo de doña Beatriz Ramírez de Mendoza, IV Condesa del Castellar.

La procesión salió de la Iglesia Conventual del Corpus Christi, encabezada por el alférez de la cofradía, que portaba el Pendón de Jesús. Lo seguían con recogimiento largas filas de penitentes, los hermanos de luz, que vestían túnicas moradas –sin ningún tipo de adorno– con sogas al cuello y portando largos cirios; y los hermanos de sangre, ataviados con túnicas blancas, que llevaban cruces de madera, mientras entonaban el salmo del Miserere. A continuación, pasaron las principales autoridades y dignidades con sus mejores galas (sombrero de ala ancha, indumentaria de color negro, elegante golilla y botas altas de piel), que contrastaban con los humildes trajes del resto de los lugareños. 
El Padre Comendador de la Orden de la Merced encabezaba el cortejo de los frailes mercedarios. Algunos llevaban grilletes sobre sus pies desnudos; otros mortificaban con toda crudeza sus menudos cuerpos, azotando sus espaldas con tanta fuerza y cólera santa, que bañados en sangre, causaban a los demás mucho dolor y compasión; y los últimos, en cambio, bajo su típica indumentaria blanca escondían ásperos cilicios de hierro, que dejaba un macabro reguero de sudor y sangre).

El silencio era estremecedor, sólo interrumpido por el sonido de los grilletes, el crujido de las disciplinas en las duras espaldas de los frailes y por las oraciones y cánticos en latín del párroco. El Nazareno, portado en andas, atravesó lentamente la angosta puerta de la iglesia conventual, provocando los aplausos de los asistentes.

Los primeros rayos del alba iluminaron su bello y sereno rostro, esculpido con un realismo idealizado, de raíces flamencas e italianas, por el imaginero Andrés Cansino, que bebió del néctar del clasicismo barroco de José de Arce. Los visueños y visueñas vieron por vez primera el gesto de cansancio del Nazareno; su boca entreabierta (intuyéndose su respirar jadeante); el entrecejo levemente fruncido; la nariz fina y recta; sus marcados pómulos; la barba bífida; los cabellos largos, sinuosos y humedecidos por el sudor; sus ojos caídos por el cansancio y la fatiga de llevar una pesada Cruz con sus portentosas y expresivas manos, recorridas por venas y tendones, que, a pesar de ello, parecen acariciar suavemente el sagrado madero.

Nuestro Padre Jesús Nazareno, vestido con túnica morada, caminaba con dolor sereno y andar pausado, mirando por vez primera a sus fieles y devotos, embriagando sus sufridos corazones y consiguiendo una comunión mística que se perpetuará hasta el fin de los tiempos. Los ojos de ancianas y niños se tornaron vidriosos, surcando lágrimas salobres por sus aventadas mejillas, y consiguiendo que muchos se arrodillaran a su paso con devoción sin límites. El Nazareno fue ayudado esa fresca mañana de Viernes Santo en su pesada carga por un pequeño Simón de Cirene, con facciones rudas y toscas, que portaba paños acartonados; pantalones cortos que se arremangaban del mismo modo que la camisa blanca; chaquetilla verde; cinturón; un pequeño bolso y botas altas. 

Trescientos cincuenta y dos años después, esta unión mística entre los devotos visueños y Nuestro Padre Jesús Nazareno se renovará como aquella primera vez. La acertada restauración de Esperanza Fernández permitirá que nuestras mentes, cansadas de tanta pandemia, viajen en el tiempo al Viso del último tercio del siglo XVII, emocionándonos al observar la esencia de la gubia del gran imaginero Andrés Cansino, que aunque murió demasiado pronto, su legado será eterno.

Mañana, domingo seis de febrero de 2022, los visueños y visueñas, en sus engalanadas calles, renovarán esta unión mística, abriendo el Nazareno con las bellas y elegantes llaves de la villa el interior de nuestros devotos corazones. 

MARCO ANTONIO CAMPILLO

FOTOGRAFÍA: HERMANDAD DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO

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