Ir al contenido principal

María José Cortés | La voz del amor y del dolor

No recuerdo la hora exacta, pero un gran vaso de infusión y miel era mi amanecer, tan dulce como el cariño que me despertaba. Señal inequívoca de un día especial. Salto de la cama a la velocidad de la luz y lleno mis pulmones de aromas inigualables: coscorrón frito, incienso y en mis oídos, un canto. A mi corta edad todos esos elementos solo podían señalar que era fiesta, vacaciones y planes en familia. No importaba la interrupción del sueño cuando casi amanecía, porque a esa edad dormir no es una prioridad. 


Pastora era mi vecina del piso de abajo, una señora muy guapa, de ojos azules y un pelo recogido siempre en moño. De ella y de su hogar nacían los privilegios musicales que llegaban a todos los vecinos que compartían portal y escaleras. Pastora cantaba muy bien, al menos, a mí me lo parecía y ese es el recuerdo que tengo. Durante todo el año su faena en casa estaba acompañada de cante y palmas. Me encantaba oírla y me hacía sentir feliz el hecho de disfrutar de aquella preciosa voz a todas horas. 

Faltaban pocos días para cumplir los cinco años, el olor a temprana primavera ya llenaba el ambiente cuando desde casa oí llorar a Pastora, era un sentimiento profundo, un desgarro y unas frases en ese llanto desconsolado. Mi reacción inmediata fue de pena, de susto, pero por otro lado no dejaba de emocionarme. Salí corriendo, con mis zapatillas y mi pijama, bajé las escaleras y llamé a la puerta del primero. Con los ojos muy abiertos y el corazón golpeando mi pecho como un tambor se hizo interminable el tiempo para abrir aquella puerta. Cuando ella abrió yo me lancé a sus piernas que era la altura de mi abrazo y respondió igualmente. 

-¿Qué te pasa Pastora? ¿Por qué estás llorando? 

-No hija no lloro, ¿por qué dices eso?

-Te he oído, si si, te he oído.

-Ayyy mi niña, estaba cantando y preparando mi canto para la Semana Santa. ¿No te gusta?
Me quedé tranquila al verla y mucho más al explicarme que se acercaba la Semana Santa y su cante se tornaba en rezo, su voz en plegaria y su sentimiento en dolor. Ella se encontraba perfectamente y aquel cante era una SAETA. La voz del amor y del dolor, me dijo.

Saeta que disfruté desde aquel día, aprendí a entender su significado, era el sentimiento y la dulzura que ella desprendía, era su llanto hecho cante, era el preludio de lo que pasaba por nuestro balcón macareno en pocos días, era y es el llanto desgarrado de una madre ante la pérdida de su hijo, era y es el llanto de la injusticia, de un crimen, de la barbarie, de la sinrazón, de los desprotegidos, de los perseguidos, de los huidos, de la muerte nunca justificada. 

La madre de Pastora era idolatrada en Sevilla por su saeta, además de Maestra del cante por todos los tiempos. De ahí que ella cantase lo oído desde su niñez con sumo gusto y sabiduría. Privilegio vivido.

 “Lo clavaron con fiereza,
 lo coronaron de espinas
sangre mana su cabeza
sangran sus ojos y cejas,
sangran sus sienes divinas”   

“Pilatos por no dejar
El destino que tenía
Firmó sentencia cruel
Y contra el Divino Mesías
Lavó sus manos después.”

PD. Por el final de la barbarie.




MARÍA JOSÉ CORTÉS 

© 2020 El Viso Digital · Quiénes somos · montilladigital@gmail.com

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx.