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María José Cortés | Monólogo del recién hecho

Ya desde bien temprano se abren las puertas de mi balcón, la luz más cegadora deslumbra a los bienaventurados, tanto a mi como a los más variados acompañantes en este viaje de ida.


- ¡Señoras y señores! hoy lo damos todo, los más rancios y duraderos los regalamos con los de nueva temporada. Todos en fecha de consumo apta para la salubridad extrema. 

A la entrada o a la salida, no deje de parar ante nuestra variada selección. La dureza para los más atrevidos, lo blandito para los finos gustos, la consagrada alfajórica con recuerdo a Santa Misa, los colores llamativos para los infantes necesarios de entretenimiento, los chorritos de agua que mantienen frescos a los que lo merecen ¡Vamos niña, de estos cocos pocos!

Y así vemos transcurrir las horas, los viandantes que miran más que compran, los niños cansados que gritan más que ríen, el aire de solano que nos empolva y la dueña que nos plumea para volver a dejarnos vistosos. 

Y tras toda la semana llega mi día favorito, cuando parece que con el fin del acontecimiento y en ese paseo hasta casa sin retorno, no importa gastar lo que queda, cargar con un añadido y rebañar el estante. Es ahí cuando la Doña consigue acabar con las existencias. 

Al pequeño que se le antojó la rueda de multicolores le hizo acompañar con el camión relleno de caramelos y tres bolsas de peladillas, al abuelo que quería el blandito le sumó el paquete de amarillo envoltorio y un peluche deseoso de familia, a Pepe el que dejó al vino fino sin nombre, le pudo encasquetar todo lo que le quedaba pendiente de venta y a los ennoviados en el recinto todas las piruletas en forma de corazón. El arte de la venta. 

Todos mis contemporáneos iban desapareciendo, me preguntaba si realmente vería el final de mis días en el mismo lugar donde todo empezó. La Feria estaba llegando a su fin, cada vez menos personas salían por la portada, había desaparecido todo el turrón, el alfajor nuevo y el de la feria precedente, los cocos cortados de hacía una semana y los del día, los peluches sin pelusas, y yo seguía esperando mi momento. 

Fue entonces cuando mi turronera me miró como si supiera lo que estaba yo pensando, me cogió entres sus manos, elevó sus brazos apuntando a lo más alto y pregonó con su voz ya rota: RECIÉN HECHO NIÑA, RECIÉN HECHO.

                    SI NO TE LO LLEVAS NO SABES LO QUE TE PIERDES.

Hasta mis almendras se emocionaron consecuencia de aquella acción y mucho más cuando una vocecita de debajo del voladizo del mostrador dijo:  

- YO QUIERO EL RECIÉN HECHO. 

Era una niña de corta edad, sus ojitos clavados en mi ser rectangular y firme, antojo que por supuesto sus padres sufragaron y final deseado para mí. 

- ¡Viva mi turronera! ¡viva! - iba gritando mientras me alejaba del puesto y perdiendo de vista las luces del mismo mientras cerraban sus puertas.
                                      
De almendras y de piñones 
De azuquita y de canela 
Voy llenando los rincones 
De dulces toitas las ferias 

Que endulzo tus labios niña 
De sonrisas mis desvelos 
Del camino cada trecho 
     De turroncito tus dedos.            
                                    
P.D. A todos los feriantes y en especial a mis turroneros. Ahora sí que sí.

MARÍA JOSÉ CORTÉS
FOTOGRAFÍA: EL LEVANTE.IDEAL


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