Sin duda alguna, uno de los espacios más vinculados a nuestro pueblo, es la zona de Alcaudete, en Carmona. El vocablo Alcaudete deriva del topónimo árabe “Alcaodat”, que a su vez es una adaptación del vocablo latino “caput aquae”, que podemos traducir como “manantial, fuente, inicio de río o arroyo”.
A
lo largo de su dilatada historia el topónimo se ha vinculado a un cortijo, a un
arroyo, a un enorme túmulo, a unos pilares, a una torre o castillo, a una
ermita, a unos molinos, a una vereda y en tiempos modernos a una romería.
Las
primeras referencias sobre el Alcaudete las encontramos en el repartimiento de
Carmona, en el año 1247, momento en el que el rey Fernando III lo donó a su
esposa, doña Juana de Pontis. En el documento se especifica que la donación es
de treinta yugadas de tierra calma. Estamos sin duda alguna ante una propiedad
de grandes dimensiones, lo que podríamos llamar como un latifundio de unas 900 hectáreas. Por documentos posteriores
sabemos que la finca tenía además una huerta que servía de sustento para la
gente que vivía en lo que después fue el cortijo. Parte de la producción de la huerta se vendía
en el mercado de nuestro pueblo que, hasta 1907, estuvo en la que actualmente
conocemos como plaza del Sacristán Guerrero y que en el siglo XVI era conocida
como plaza de Arriba.
Alcaudete
le debe a Bonsor , el famoso arqueólogo anglofrancés, su presencia en los foros internacionales
gracias al magnífico túmulo de la Motilla o de Alcaudete. A este respecto hay
que decir que en 1885, junto a un grupo de personas que formaban la Asociación
Arqueológica de Carmona, visitó lo que entonces era conocido como puerto de
Alcaudete. La visita propició la publicación, en la primera memoria de la
institución carmonense (1887), de un artículo
titulado El túmulo de Alcaudete. En el mismo encontramos, por
primera vez un dibujo y descripción del gigantesco túmulo.
Pero
Bonsor, además del túmulo, que eclipsa todo lo demás, se encontró con una torre
o castillo, pues de las dos maneras se menciona.
La
torre, al igual que otras muchas de la zona, fue construida en un momento
concreto con una función muy determinada, de ahí que al dejar de tener
funcionalidad, fueron abandonadas. Se trata de un grupo de torres con una
función, más que defensiva, preventiva, de aviso ante posibles ataques; por
otra parte, en determinados momentos pudieron dar cobijo a un pequeño grupo
humano en caso de peligro,
En
este sentido tenemos que contextualizarla en plena reconquista, cuando la zona
de los Alcores pertenecía a lo que se llamó la Banda Morisca, que no era otra
que una tierra de frontera con el reino nazarita. En esta zona de frontera, los
Alcores jugarán un papel estratégico de
gran importancia dado su carácter de “puerta de Sevilla”, de ahí que podamos
hablar de un sistema defensivo perfectamente articulado desde Carmona a Alcalá de Guadaíra, dos grandes fortalezas que
aparecen interconectadas por un rosario de torres, es el caso, por ejemplo, de
la conocida como “de los Navarros”, muy posiblemente situada en lo que hoy
conocemos como el Torreón, entre Alcalá y Mairena; la torre de Mairena, donde
después se construyó el castillo; la torre o torres de El Viso; la del Moscoso
(cuyos restos se mencionan en el siglo XVIII) y la del Alcaudete, calificada
por Bonsor como un castillo o atalaya en
estado de ruina.
El propio arqueólogo nos dice que la parte inferior de la misma era de sillería (piedra) y el resto de tapial, siendo su planta rectangular, de unos seis metros de lado y una altura de unos quince metros, de ahí que especule con la posibilidad de que en otros tiempos la misma pudiera estar estructura en tres plantas.
Fragmento del mapa topográfico nacional de 1918.
Según
testimonios orales la construcción estaba a la altura del último molino, según
se baja por la vereda hacia la Vega, concretamente, al otro lado del camino.
Aunque el referido castillo o torre ha desparecido, hemos de decir que junto al
camino se podían ver alineaciones de sillares.
No
podemos pasar por alto que esta zona es rica y ha sido habitada desde tiempos
muy antiguos gracias a la abundancia de agua que podemos encontrar en la misma,
de ahí que no podamos olvidar el rico acuífero que la sustenta ni el
aprovechamiento que se hacía del agua. En este sentido Bonsor nos habla de
cuatro molinos harineros cuyas piedras de moler o muelas, eran movidas por la
fuerza de las aguas que al mismo tiempo servían para saciar la sed de los
animales en el abrevadero o regar la huerta, que en el siglo XIX aparece
poblada de naranjos, cultivo que introdujo, de forma intensiva en la zona, el
duque de Montpensier, cuñado de Isabel II. Esto nos sirve para tener una idea
del aprovechamiento que se hacía del agua en una zona que destaca precisamente
por su gran
escasez.
El pilar, hoy seco, nos
muestra al fondo el molino de San Antonio.